...

Había llegado a mi vida demasiado tarde y ahora se iba demasiado pronto ... Hush Hush

domingo, 31 de mayo de 2009

:|

...

Anoche soñé contigo... mientras mi cuerpo se entumecía bajo la ropa... mientas mis vellos se crispaban y mi mirada se perdía en las nubes que cubrían la luna... Apareciste de nuevo, sin aviso.... me recogiste y me llevaste a un panorama mucho mas alentador, contigo el frio se desvanecía... y mi cuerpo entraba en calor.

Mientras tu cuerpo cubría el mío, sentí mi corazón presionar y el tuyo palpitar... anoche soñé contigo... pero disfrutaba aun sabiendo que todo era un sueño... por que se que tu no volverías... ni siquiera a recoger mis cenizas, se que no volverás ni aunque frio congele mi alma…


...




Aun sabiendo que hacerlo estaba mal, aun sabiendo que no debia... te quedabas... te quedabas por que asi yo lo pedia...

sábado, 30 de mayo de 2009

...

El mundo es un escenario, y todos los hombres y mujeres son meros actores.

...

Si no recuerdas la más ligera locura en que el amor te hizo caer, no has amado

...

Soy capaz de manejar las sombras, pero no de luchar contra un Eclipse

...

"El amor es irracional. cuando mas quieres a alguien menos logica tiene todo"

...

Podría estar hablando con él para siempre, sin dormir nunca, sin separarme de él jamás

...

Los suspiros ahogaban las maldiciones que no queria repetir, mi locura era lujuriosa. Los meses, los años no calmarian la desolación. Habia solo una cosa que la frenaría, o mejor dicho una sola persona. Quizás esa persona nunca volveria. Mientras tanto, mi pecho estaba siendo erosionado.

...

"Atrapada en el silencioso castillo del tiempo una yo del color de la ceniza se marchita lentamente"

...

Alguien dijo una vez que en el momento en que te paras a pensar si quieres a alguien, ya has dejado de quererle para siempre

...

Mañana pensaremos...Mañana.Esta noche sólo ámame.Por favor,ámame

...

"Volvere tan pronto que no tendras tiempo de echarme de menos. Cuida de mi corazon... Lo he dejado contigo"

miércoles, 27 de mayo de 2009

No te pudiste aguantar

No te pudiste aguantar
Ataque 77



Las cosas son simples o estas conmigo o te vas
Las cosas son muy simples o estas conmigo o te vas
¡No! Yo no voy a morirme por perderte
unas cuantas botellas y ya te olvidé
Y no voy a morirme por tu amor,
un par de cervezas y se acabó
Siempre crei que estabamos bien,
pero ahora veo que
No te pudiste aguantar,
porque sos muy sucia y no te pudiste aguantar.
Casi vendo mi alma al diablo
para darte el mundo entero
y ahora todo ya se ha terminado
¡Qué pena, nena! Aun te quiero.
Aun te quiero Siempre crei que estabamos bien
pero ahora veo que no te pudiste aguantar
Porque sos muy puta
y no te pudiste aguantar
Bueno, no quería decirtelo
pero todo este tiempo
yo estuve con tu mejor amiga
¡Qué pena, nena! Aun te quiero
Aun te quiero

¿?



Ya no sé, donde encontrarte... no sé como saber de tí, no sé si es una situación desesperante... sin embargo tampoco se que decir.

Pero te siento... siendo que tambien piensas en mí

...

Y así es como el león se enamoro de la oveja...
¡Que oveja tan estúpida!
¡Que león tan morboso y masoquista!"

martes, 26 de mayo de 2009

No existes!




Alguna vez fue que planeamos
Hacernos todo el daño de una vez
Dictando una sentencia desafiante
No existes

...

Quizás deba tomarme una revancha
Aun tenemos cuentas que saldar
Deslizare mi puño por tu espalda
No existes


...

Extracto Evermore Ultimo capitulo




*Le miro fijamente, mirando directamente a sus ojos, sabiendo que hay algo más que decir, pero sin estar segura de querer saberlo. Por lo que en cambio cierro mis ojos, pensando de que si él podía leerme la mente entonces no tendría que decir las palabras muy alto.

Pero él simplemente se ríe. — Siempre es mejor cuando se dicen

*Lo miro, sabiendo que son muchas cosas que dejaré atrás, pero suponiendo que habrá alguna manera de solucionarlo. Riley me prometió una señal, y comenzaré por ahí. Pero mientras tanto, si la eternidad comienza hoy, entonces ésta es la manera en la que voy a vivirla. De día en día.

Sabiendo que Damen siempre estará a mi lado. Quiero decir, para siempre ¿verdad?

Me mira, esperando.

Te quiero— susurro.

Y yo a ti—. Sonríe, sus labios buscando los míos.

Siempre lo he hecho. Y siempre lo haré

lunes, 25 de mayo de 2009

extracto Cap. 23 *-*

Dimitri se separo de modo que él pudiera mirarme a los ojos.
Él tomo mi cara en el hueco de sus manos."Tu no lo harás," dijo él. "No te dejaré. Cueste lo que cueste, no te dejaré"
La emoción llenó mi cuerpo otra vez, pero ahora esto no era el odio o la rabia o algo así. Era caliente y maravilloso e hizo doler mi corazón, de un buen modo. Puse mis brazos alrededor de su cuello, y nuestros labios se encontrados. El beso era el amor puro, dulce y dichoso, sin la desesperación o la oscuridad. Poco a poco, la intensidad de nuestros besos aumentó. Estaba todavía lleno del amor, pero se convirtió en mucho más, algo hambriento y poderoso. La electricidad que había crujido entre nosotros cuando yo había luchado y lo había dominado antes había vuelto, abrigándose alrededor de nosotros ahora.
Esto me recordó de la noche que nosotros habíamos estado bajo el hechizo de lujuria de Víctor, nosotros dos conducidos por fuerzas interiores que nosotros no podíamos controlar. Era como si nosotros pasábamos hambre o estábamos ahogándonos, y sólo la otra persona podría salvarnos. Me adherí a él, un brazo alrededor de su cuello mientras mi otra mano agarró su espalda tan con fuerza que mis uñas prácticamente se enterraron. Él me empujo atrás sobre la cama. Sus manos se abrigaron alrededor de mi cintura, y luego una de ellas se deslizó hacia abajo de la espalda a mi muslo y lo tiró encima de modo que casi se envolvía alrededor de él.
Al mismo tiempo, nos retiramos brevemente, todavía tan cerca. Todo en el mundo descansado durante aquel momento.
“No podemos … " él me dijo.
“Lo sé, " estuve de acuerdo.
Entonces su boca estaba sobre la mía otra vez, y esta vez, yo sabía que no habría vuelta atrás. No había ninguna barrera esta vez.
Nuestros cuerpos se abrigaron juntos cuando él trató de quitar mi abrigo, luego su camisa, luego mi camisa. … realmente se parecía mucho como cuando nosotros habíamos luchado sobre antes, la misma pasión y el calor. Pensé al final del día, los instintos que impulsan la lucha y el sexo no son tan diferentes. Todos ellos vienen de un lado animal de nosotros.
Cada vez más la ropa continua saliendo, esto fue más allá que solamente pasión animal. Era dulce y maravilloso al mismo tiempo. Cuando examiné sus ojos, yo podría ver sin una duda que él me amaba más que a nadie el mundo y yo era su salvación, del mismo modo que él era el mío. Yo nunca había esperado que mi primera vez fuera en una cabaña en los bosques, pero comprendí que el lugar no importa. La persona lo era. Con alguien a quien amas, tu podrías estar en todas partes, y sería increíble. Si estuvieras en la cama más lujosa en el mundo no importaría si estabas con alguien que no amas.
Y oh, yo lo amaba. Lo amaba tanto que esto dolió. Toda nuestra ropa finalmente terminó en un montón en el suelo, pero el contacto de su piel sobre la mía era más que suficiente para mantenerme caliente.
No podía contar donde mi cuerpo comenzaba y donde terminaba, y decidí entonces que era como yo siempre quise que fuera. No quería que nosotros estuviéramos separados.
Lamento que no tuviera las palabras para describir el sexo, pero nada podía decir realmente que describa lo asombroso que era ello. Me sentí nerviosa, emocionada, y sobre un montón de otras cosas. Dimitri parecía tan sabio y experto e infinitamente paciente justo como en los entrenamientos de combate. Después todo parecía una cosa tan natural, pero él estaba más que dispuesto de dejarme tomar el mando también. Nosotros éramos iguales por fin, y cada toque tenia poder, aún el roce más leve de la yema de sus dedos.
Cuando todo termino, me puse de espaldas contra él. Mi cuerpo aun dolía…al mismo tiempo, se sintió asombroso, pleno y dichoso.
Yo lamentaba que no hubiera estado haciendo esto hace mucho tiempo, pero yo también sabía esto no habría tenido razón hasta este momento.
Descansé mi cabeza sobre el pecho de Dimitri, tomando la comodidad en su calor. Él besó mi frente y paso sus dedos por mi pelo.
"Te amo, Roza. "Él me besó otra vez." Siempre estaré aquí para ti. No voy a dejar que nada te pase.
Las palabras eran maravillosas y peligrosas. Él no debería haberme dicho nada así. Él no debería haber prometido que él me protegería, no cuando él, se suponía, dedicaba su vida a la protección de un Moroi como Lissa. Yo no podía ser lo primero en su corazón, justo como él no podía ser primero en el mío. Era por eso qué yo no debería haber dicho lo que dije después - pero lo hice de todos modos.
"Y yo no dejaré que nada te pase," prometí. "Te amo." Él me besó otra vez, tragándome cualquier otra palabra que yo podría haber añadido
Nos quedamos juntos un ratito mas abrigados en los brazos de cada uno, sin decir mucho. Yo podría haberme quedado así siempre, pero finalmente, nosotros sabíamos que teníamos que marcharnos. Los demás tarde o temprano vendrían a buscarnos para conseguir mi informe, y si ellos nos encontraran así, las cosas casi seguramente se pondrían feas.
Entonces nos vestimos, no era fácil ya no podíamos dejar de besarnos. Finalmente, de mala gana abandonamos la cabaña. Sostuvimos nuestras manos, sabiendo que nosotros sólo podríamos estar así durante unos breves momentos.
Una vez que nosotros estábamos más cerca al corazón de campus, nosotros tendríamos que volver al trabajo como siempre. Pero por ahora, todo en el mundo era de oro y maravilloso. Cada paso que daba estuvo lleno de alegría, y el aire alrededor de nosotros parecía tararear.
...

lunes, 18 de mayo de 2009

Elige me

Tengo una forma de ir
y es preparada antes de ti
con los mensajes que perdi
tantas ideas
que no segui

el empate
no se arma
no se controla
ni se equilibra
el empate
no se arma
ni se equilibra

el empate
no se arma
no se controla
ni se equilibra

el empate, no se arma, no se puede controlar
la disyuntiva se equilibra, mejor tratando de ganar
el empate, no se arma, no se puede controlar
la disyuntiva se equilibra, mejor tratando de ganar


dejo que pase el calor
y me confieso
por eso cambio
nadie se opone a la luz
las diferencias las haces tu

el empate
no se arma
no se controla
ni se equilibra

el empate
no se arma
no se controla
ni se equilibra

el empate, no se arma, no se puede controlar
la disyuntiva se equilibra, mejor tratando de ganar
el empate, no se arma, no se puede controlar
la disyuntiva se equilibra, mejor tratando de ganar

con los mensajes perdi
dejo que pase el calor
y me confieso
por eso cambio
nadie se opone a la luz
las diferencias las haces tu

domingo, 17 de mayo de 2009

Alas rotas...

El pasado es un sin numero de recuerdos apagados... entre ellos algunos destacan, con chispas fluorecentes entre los caminos del olvido.
es divertido pensar en aquellas cosas, en las decisiones que he tomado, en las cosas que he dicho y hecho... divertido no porque me entretenga sino porque me doy cuenta que a veces no evoluciono, que me quedo pegada en la misma sintonia siempre durante años.

Bueno Recordando encontre en mi Baul ... algunas canciones me gustaria dejar testimonio de esto.





Yo te juro que no, no te guardo rencor... solo quiero volver a ser ese chico que te presente (8)...

jajaja que tiempos mas heteroengendroplasticomicos

domingo, 10 de mayo de 2009

enecosasquemicorazonsienteymimentepiensa

Que sabemos, de nosotros mismos mas nada de la vida u otro individuo... acaso al tocarnos reparamos en proveer algun tipo de informacion certera que haga de tu semejante un sabio y arduo conocedor de tu raza? mas todos sabemos que cierto es que nada se conoce que todo es un invento y un incierto... si nada se ni de mi mismo como espero conocer a otros.

Bueno en cierto plano si logramos conocer porque nuestra mente guarda recuerdos, a veces malos, a veces buenos... pero la mente no discrimina ella los encierra y atesora son nuestra fuente viva de conocimiento cambiante... porque de acuerdo a la perspectiva podemos darle valor o invaluarle...

pero todo es asi, poco convencional nada a ciencia cierta se puede demostrar, y que ganamos demostrando cosas a caso somos un poco mas felices?? la muerte llega y no somos nada desnudos frente al mundo llegamos, vestidos y absortos de experiencias por lo general nos vamos, pero es la muerte algo tan efimero... y la vez pasajero la vida es tan corta y el tiempo tan lento... cuantas vidas podre vivir en este tiempo??

Angustia me da pensar en aquellos que se han ido, sin lugar ni explicacion del lado de sus seres amados han partido, es tan grande la decepcion que se sufre al ver vencido a un amigo.

Pero como mas se puede ayudar si en todo esta en las manos del destino...

Si por mi fuese yo le retaria, y le diria destino ven por mi... yo nada peirdo es mi vida un frenesi que un no comienzo.... no es mejor no empezar que dejar las cosas inconclusas??? no es mejor no tener una familia que abandonarla cuando van juntos en la lucha... a veces me parece tan injusta esa decision no se quien las toma... le diria hey destino explicate y no quiero rodeos... ven y dime que valor tiene llevar a cabo estos desaciertos...

Aunque siempre se dice como buen emprendedor en los problemas estan las oportunidades sera acaso una oportunidad... una oportunidad para enrrielar la vida... para actuar de buena fe, para amar con locura para ser generoso, para actuar por el bien y dormir en reposo. sera acaso la forma en que podamos notar que esta es nuestra vida y es aqui donde tenemos que jugar... que no abran partidas para mañana ni trenes a media tarde que si no lo decides ahora mañana ya sera tarde.

pero tan drastica manera, trae a mi mente tenciones, no quiero recordar condenas ni tampoco malas contradiccines...

Por ahora la decision llego a su fin... ama cuanto mas puedas... llora como magdalena.. corre sonrie y grita. Abraza besa y ....

No quiero mas preguntas no quiero mas indirectas no quiero grises
Quiero verdad y realidad no es que me aburrieran los maticez es que me confunden
Agradesco a mi alma por mantener su paz, agradesco a mi amor por saber actuar agradesco su paciencia y su libertad y agradesco la vida que juntos podremos librar...

sábado, 9 de mayo de 2009

Capítulo 10

La primera nevada del invierno fue una decepción para todos: apenas cuatro centímetros que dieron lo justo para fundirse, convertirse en hielo y volver las aceras resbaladizas. Las laderas tenían un aspecto moteado y triste, y los montes, amarillentos y parduzcos, estaban salpicados de montoncitos de nieve medio derretida. Al otro lado de la ventana del dormitorio de la torre, perlas de agua helada rociaban las escamas y las alas de la gárgola. Ni siquiera había suficiente nieve para salir a jugar o para disfrutar de su contemplación.
—Pues a mí me parece perfecto —dijo Patrice, poniéndose una bufanda de color verde fosforescente alrededor del cuello con destreza—. Me gusta que haga un poco de sol.
—Ahora que ya puedes volver a salir a tomarlo, te refieres.
La obsesión de Patrice y todos los demás de hacer «dieta» antes del Baile de otoño había sido muy frustrante. Como todos los vampiros que se negaban a beber sangre, estaban cada vez más esqueléticos... y más vampíricos. Courtney y su corte de admiradores se habían mantenido alejados del sol, algo de lo que no ha de preocuparse un vampiro bien alimentado, pero que resulta muy doloroso para uno famélico. Había tenido que tragarme horas enteras viendo cómo Patrice se paseaba delante del espejo intentando verse mientras su reflejo, rayando en la invisibilidad, se desvanecía con el paso del tiempo. También me había parecido que se comportaban con mayor crueldad, pero con esa gente nunca se podía estar seguro.
Patrice sabía a qué me refería y sacudió la cabeza, exasperada conmigo.
—Estoy bien desde el día del baile. ¡Valió la pena pasar unas cuantas semanas apretándose el cinturón y manteniéndose a la sombra! Tarde o temprano tú también descubrirás el valor del sacrificio. —Al sonreír, se le formaron unos hoyuelos en sus rechonchas mejillas—. Aunque va a ser difícil mientras Lucas esté por aquí rondando, ¿no?
Estuvimos riendo un buen rato de uno de los pocos temas que compartíamos y sobre los que bromeábamos. Me alegraba que nos lleváramos tan bien en general porque, entre el problema de Raquel y que se acercaban los exámenes, necesitaba el mínimo estrés posible en mí vida.
Los finales fueron increíbles. Ya me lo esperaba, pero no por eso los exámenes de la señora Bethany se hicieron solos ni el de trigonometría resultó más fácil. Mi madre demostró una veta sádica desconocida hasta el momento al guardar celosamente cualquier cosa que hubiera mencionado en clase, aunque al menos un pequeño balanceo sobre los talones había revelado con antelación el ejercicio que más puntuaba, el trabajo sobre el Compromiso de Missouri. Espero que eso signifique que a Balthazar le está yendo bien, pensé mientras escribía tan rápido que acabó entrándome rampa en la mano. Solo esperaba que a mí me fuera al menos la mitad de bien que a él.
Me volqué por completo en el estudio durante las semanas finales, y no solo por la dureza de los exámenes, sino también porque el trabajo me servía de distracción. Hacer que Raquel repasara conmigo constantemente la ayudó a dejar de pensar en lo que había estado a punto de suceder en el bosque. Aunque también contribuyó que la señora Bethany amonestara a Erich, lo que se traducía en que él se pasaba prácticamente todo el tiempo libre que tenía fregando los pasillos y mirándome con odio siempre que se le presentaba la ocasión.
—No me fío de ese tío —dijo Lucas en una ocasión, al pasar por su lado.
—Sois incompatibles.
Y no mentía, aunque conocía razones mucho mejores para no confiar en Erich.
A pesar de nuestros esfuerzos por tener a Raquel entretenida, la angustia no la abandonaba. El acoso de Erich había multiplicado los miedos que ella hubiera albergado desde siempre en su interior. Las oscuras ojeras bajo sus ojos revelaban que Raquel no era capaz de conciliar el sueño por la noche y un día apareció en la biblioteca con el pelo recién cortado... a tajos. Era obvio que se lo había hecho ella y no con demasiada maña.
—¿Sabes? En mi pueblo solía cortarle el pelo a mis amigos... —dije, tratando de ser diplomática y apartando los libros a un lado para que pudiera sentarse junto a mí.
—Ya sé que llevo un peinado muy cutre. —Raquel ni siquiera me miró al dejar la bolsa en el suelo con un golpe sordo—. Y no, no quiero que ni tú ni nadie intente arreglarlo. Espero que parezca cutre, igual así dejará de mirarme.
—¿Quién? ¿Erich? —preguntó Lucas, poniéndose tenso de inmediato.
Raquel se derrumbó en su silla.
—¿Quién crees tú? Pues claro que Erich.
Hasta ese momento, no me había dado cuenta de que yo no era a la única a la que Erich miraba fijamente. Lo había interrumpido en medio de una cacería, decidido a beber la sangre de Raquel y tal vez... Tal vez incluso a hacerle daño. Según lo que me habían contado mis padres, la mayoría de los vampiros no mataban nunca. ¿Sería Erich la excepción que confirmaba la regla?
«Seguro que no —pensé—. La señora Bethany no permitiría la entrada en Medianoche a nadie así.»
Cuando Lucas cambió de tema rápidamente y le pidió a Raquel los apuntes de la clase de biología de mi padre, lo miré y una vez más sentí la fuerza del deseo, el ansia de la posesión que me asaltaba continuamente en su presencia. «Mío —pensé—. Quiero que seas mío para siempre.»
Siempre había dado por sentado que era el corazón el que hablaba, pero tal vez fuera otra cosa. Quizá esa necesidad de reclamar la posesión de alguien formaba parte de ser un vampiro y, por tanto, era más poderoso que cualquier deseo humano.
Era evidente que Erich no albergaba los mismos sentimientos hacia Raquel que yo hacia Lucas, pero si únicamente sentía por ella una décima parte del derecho de posesión que yo sentía por Lucas...
... entonces era imposible que fuera a dejarla en paz.


Esa noche volví a encontrarme con Raquel en el lavabo. Estaba vaciando en la mano el bote de pastillas para dormir que le había recomendado, cuatro o cinco.
—Ojo, a ver si vas a tomarte demasiadas —dije.
Raquel me miró, inexpresiva.
—¿Y ya no me despierto? Tampoco suena tan mal. —Suspiró—. Créeme, Bianca, con estas no tienes ni para empezar si quieres matarte.
—Son más de las que necesitas para dormir.
—No con los ruidos del tejado. —Se metió las pastillas en la boca y luego se inclinó para beber un par de tragos directamente del grifo del agua fría del lavabo—. No han desaparecido —dijo, después de secarse la cara con el dorso de la mano—. Creo que ahora son más fuertes. Y no paran. Y estoy segura de que no me los estoy imaginando.
Aquello empezó a darme mala espina.
—Te creo.
Lo había dicho sin más, pero Raquel me miró con ojos desorbitados.
—¿De verdad? —preguntó, apenas con un hilo de voz—. ¿En serio? ¿No lo dices por decir?
—De verdad, te creo.
Para mi sorpresa, se le llenaron los ojos de lágrimas. Raquel se apresuró a retenerlas parpadeando varias veces, pero yo sabía que las había visto.
—Nadie me había creído hasta ahora.
Me acerqué un poco más a ella.
—¿Acerca de qué?
Sacudió la cabeza, negándose a contestar, pero cuando pasó junto a mí de camino a su dormitorio, me tocó el brazo, solo un segundo. Viniendo de Raquel, aquello había sido casi como un abrazo de oso. No tenía ni idea de qué la atormentaba de su pasado, pero sabía que Erich no la dejaba vivir en paz. Seguramente él no tenía intención de hacerle daño, pero sí parecía el tipo de persona que disfrutaba mortificando a los demás.
Y en eso último sí que podía echarle una mano a Raquel.
Esa misma noche, bastante después del toque de queda, me levanté y me puse los téjanos, las zapatillas deportivas y mi jersey negro de abrigo. Me encasqueté la gorra de punto negro en la cabeza, bajo la que oculté mi melena rojiza. Dudé un par de segundos si pintarme unas rayas negras en las mejillas y la nariz, como hacían los cacos en las películas, pero al final decidí que tampoco hacía falta exagerar.
—¿Sales a tomar un tentempié? —masculló Patrice a su almohada—. Las ardillas hibernan. Comida fácil.
—Solo voy a dar una vuelta —contesté, aunque Patrice ya había vuelto a dormirse.
Noté el gélido aire nocturno cuando me encaramé a la repisa de la ventana, pero los guantes y el jersey negro me protegían del frío. En cuanto recuperé el equilibrio sobre la rama del árbol, estiré los brazos hacia las ramas superiores y fui apuntalando los pies contra el tronco para que me sirviera de apoyo. Algunas ramas crujieron bajo mi peso, pero no se quebraron. Al cabo de unos minutos, había llegado al tejado.
Al tejado de la parte más baja del edificio, claro. Unos metros más allá, la torre sur se alzaba hacia el firmamento nocturno. Si alargaba el cuello, incluso se distinguían las ventanas oscuras de las estancias de mis padres. Al otro lado estaba la gigantesca torre norte y, en medio de ambas, se encontraba el tejado de tablillas del edificio principal. No se trataba de una superficie plana, sino de una extensión a varios niveles, fruto de la lenta y dilatada construcción de la escuela a lo largo de los siglos, en que las añadiduras no acababan de ensamblarse a la perfección con el resto. Se parecía un poco a un mar embravecido, con olas encrespadas y rompientes que desprendían un fulgor negro azulado a la luz de la luna.
Apreté los dientes y gateé por la pendiente que tenía más cerca, procurando moverme en el más absoluto silencio. Si alguien había salido a tomar un tentempié, daba igual que me viera o no. Sin embargo, si alguien había subido hasta allí con otras intenciones, prefería contar con el factor sorpresa a mi favor.
A pesar de que no dejaba de recordarme que no había nada que temer, estaba muerta de miedo. Sabía que no se me daban bien los desafíos: cuando tenía que enfrentarme a quien fuera, solía agachar la cabeza. Sin embargo, alguien tenía que defender a Raquel y, por lo visto, yo era la única que podía hacerlo, así que procuré olvidar las mariposas que revoloteaban en mi estómago y me animé a seguir adelante.
Intenté visualizar mentalmente la disposición de las habitaciones bajo mis pies, concentrándome para ubicar el dormitorio de Raquel, que estaba en el otro extremo del pasillo, lejos de la habitación que yo compartía con Patrice. Nuestro dormitorio caía debajo de la torre sur, pero Raquel no tenía la misma suerte. No, alguien podía montar guardia sobre su habitación, a tan solo unos metros por encima de su cabeza mientras ella dormía.
Eché a andar en cuanto estuve segura de la localización del dormitorio y la memoricé. Por fortuna no había hielo, por lo que no resbalé demasiado mientras iba de teja en teja, a veces caminando y otras gateando. Agudicé el oído durante todo el camino, atenta a cualquier sonido: una pisada, una palabra, incluso una respiración. La conciencia de un posible peligro había despertado mis instintos más oscuros y me había afinado los sentidos. Estaba preparada para cualquier cosa.
O eso creía.
Apenas me encontraba a unos metros de la zona de dormitorios de Raquel, cuando oí un chirrido que recorría todo el tejado. Un sonido prolongado, parsimonioso y seguramente deliberado. Allí había alguien. Alguien que quería que Raquel lo oyera.
Me detuve junto a la siguiente pendiente inclinada, con cautela. Allí estaba Erich, agazapado entre las sombras, con una rama partida en la mano, que arrastraba arriba y abajo sobre las tejas de pizarra.
—Serás... —murmuré.
Erich se enderezó de repente, sorprendido. Su modo de reaccionar y la manera en que se envolvió rápidamente en su largo abrigo me obligaron a preguntarme qué estaba haciendo con la otra mano. Asqueada y nerviosa, me entraron ganas de dar media vuelta y salir corriendo, pero conseguí mantenerme en mi sitio.
—Piérdete.
—¿Quién es ahora el que se salta las normas? —murmuró Erich, mirando a su alrededor—. No puedes delatarme sin delatarnos a ambos.
Me acerqué a él, lo bastante para llegar a tocarnos. Nunca antes se había parecido tanto a una rata, con ese rostro chupado y su nariz aguileña.
—No dudaré en hacerlo.
—Uy, sí, qué miedo, saltarse el toque de queda. ¿Y qué? Todo el mundo lo hace. Les da igual.
—No has salido en busca de comida, estás acosando a Raquel.
Erich me dirigió la mirada más indignada que jamás le había visto a nadie, como si yo fuera algo que evitaría de un salto si me encontrara tirada en la acera.
—No tienes pruebas.
La rabia que se despertó en mi interior ahogó el miedo. Todos mis músculos se tensaron y mis incisivos empezaron a alargarse hasta convertirse en colmillos. Cuando se reaccionaba corno un vampiro, no había marcha atrás.
—¿Eso crees?
Lo cogí de la mano y le mordí con fuerza.
La sangre de un vampiro no sabe como la de un humano ni como la de algo vivo. Ni sabe bien, ni sacia, en realidad ni siquiera alimenta. Es información. El sabor de la sangre de un vampiro revela lo que siente en ese mismo instante. Hasta cierto punto tú también compartes esas sensaciones y empiezas a recibir imágenes en tu cabeza que apenas unos segundos antes se encontraban en la mente del vampiro. Me lo habían enseñado mis padres, incluso habían dejado que lo probase con ellos en un par de ocasiones, aunque cuando les pregunté si alguna vez se habían mordido entre ellos, ambos parecieron azorarse mucho y me preguntaron si no tenía deberes que hacer.
Al saborear la sangre de mis padres solo había sentido amor y gozo, y había visto imágenes de mí misma de pequeña, más guapa de lo que era en realidad, curiosa por conocer el mundo. La sangre de Erich era diferente. Era el horror.
Sabía a resentimiento, a rabia y a un ansia desmesurada por segar vidas humanas. El líquido estaba tan caliente que ardía y tan turbio que me revolvió el estómago, negándose a admitir ni a la sangre ni a él. Una imagen titiló en mi mente y fue haciéndose mayor y más nítida a cada segundo que pasaba, como un fuego que se propaga fuera de control: la de Raquel tal como Erich deseaba verla: desparramada en la cama, con el cuello abierto, boqueando su último aliento.
—¡Ay! —Erich se zafó de un tirón—. ¿Qué coño crees que haces?
—Quieres hacerle daño. —Me resultaba difícil controlar la voz. Estaba temblando, aterrada por la violenta escena que acababa de ver—. Quieres matarla.
—Querer una cosa no es lo mismo que hacerla —replicó—. ¿Crees que soy el único de por aquí que quiere hincarle el diente a un poco de carne fresca de vez en cuando? Vas lista si piensas que van a castigarme por eso.
—¡Que te largues de su tejado! Vete y no vuelvas más. Si lo haces, se lo diré a la señora Bethany. Puedes estar seguro de que me creerá y de que te pondrá de patitas en la calle.
—Pues hazlo. Estoy harto de este sitio. Aunque me merezco una alegría antes de irme, ¿no crees?
Erich se echó a reír y por un momento creí que, después de todo, quería pelear conmigo. Sin embargo, lo que hizo fue saltar del tejado sin molestarse siquiera en atrapar la rama de un árbol en su caída.
Nunca antes había sentido nada comparable a esa ira ciega y recé para no volver a sentirla jamás. A pesar de lo lúgubre y mezquino que pudiera resultar Medianoche, tenía la sensación de haberme enfrentado a la verdadera maldad por primera vez.
Raquel me había preguntado en una ocasión si creía en el Mal y yo le había dicho que sí, pero hasta ese momento no sabía qué cara tenía. Temblorosa, hice una par de profundas inspiraciones intentando recuperar la compostura. Tenía que pensar detenidamente sobre lo que había ocurrido, pero esa noche lo único que quería era irme de allí cuanto antes.
Avancé un par de pasos y me dejé resbalar por la pendiente del extremo del tejado para echar un vistazo al lugar en que Erich había aterrizado. Quería asegurarme de que se había ido de verdad. Sin embargo, al empezar a bajar, vi otra figura en la oscuridad, como una sombra agazapada al abrigo de las olas. Tal vez Erich no estaba solo.
—¡Quieto! —dije—. ¿Quién anda ahí?
La figura se enderezó lentamente, asomando a la luz de la luna. Era Lucas.
—¿Lucas? ¿Qué haces aquí?
Enseguida comprendí que había preguntado una tontería. Lucas había ido hasta allí por la misma razón que yo, para comprobar si Erich estaba acosando a Raquel. No respondió. Me miraba fijamente, como si no me conociera y retrocedió un paso.
—¿Lucas?
Al principio no comprendí por qué me rehuía, pero entonces caí en la cuenta: los colmillos todavía no se habían retraído y tenía la boca manchada de sangre. Dependiendo del tiempo que llevara allí agazapado, me habría visto hablar con Erich... y me habría visto morderle...
«Lucas sabe que soy un vampiro.»
La mayoría de la gente ya no cree en vampiros y tampoco lo creería por mucho que uno se esforzara en convencerla, pero Lucas no necesitaba que nadie lo convenciera, sobre todo cuando tenía delante a un vampiro de colmillos largos con sangre en los labios. Me miraba como si fuera una extraña... No, como si fuera de otro planeta.
Acababan de desvelarse los secretos que toda mí vida había luchado por proteger

Capítulo 9

Después del reencuentro, tuve la sensación de estar viviendo en dos mundos paralelos. En uno de ellos, Lucas y yo por fin estábamos juntos, y tenía la sensación de que era en ese donde había querido estar toda mi vida. En el otro, era una mentirosa que no merecía estar ni con Lucas ni con nadie.
—Es que me parece raro —me dijo Lucas en un susurro para que no resonara en la biblioteca.
—¿El qué te parece raro?
Lucas miró a su alrededor antes de contestar para asegurarse de que nadie nos oía. No tendría por qué haberse preocupado. Estábamos sentados en uno de los pasajes abovedados más alejados, revestido de libros encuadernados a mano de un par de siglos de antigüedad, uno de los rincones más recogidos de la escuela.
—Que ninguno de los dos recuerde lo que pasó esa noche.
—Tuviste un accidente. —Cuando no sabía qué decir, me aferraba a la historia que se había inventado la señora Bethany. Lucas no se la había acabado de creer, pero lo haría con el tiempo. No le quedaba más remedio. Todo dependía de eso—. Muchas veces la gente olvida lo que ha ocurrido justo antes de tener un accidente. Tiene sentido, ¿no crees? Esos motivos decorativos de hierro tienen un filo bastante cortante.
—Cuando he besado a alguna chica... —se le fue apagando la voz al ver mi expresión—. A nadie como tú. A nadie que ni siquiera pueda comparársete.
Bajé la cabeza para ocultar una sonrisa abochornada.
—Da igual, el caso es que nunca me había desmayado, nunca —continuó—. Besas de miedo, créeme, pero ni siquiera tú podrías hacerme perder el sentido.
—No te desmayaste por eso —dije, fingiendo que deseaba volver a la lectura del libro de jardinería que había encontrado. Solo lo había sacado de su estantería por la persistente curiosidad que sentía por la flor que había visto en mis sueño meses atrás—. Te desmayaste porque esa enorme barra de hierro te dio en la cabeza. Eso es todo.
—Pero eso no explica por qué tampoco lo recuerdas tú.
—Ya sabes que tengo problemas de ansiedad, ¿no? A veces como que se me va la olla. Cuando nos conocimos por primera vez, estaba en medio de uno de esos ataques. ¡Uno de los de verdad! Incluso hay partes del día de mi espectacular fuga que apenas recuerdo. Seguramente volví a tener uno de esos ataques cuando te golpeaste en la cabeza. Vaya, podrías haber muerto. —Al menos esa parte se acercaba bastante a la verdad—. No me extraña que tuviera miedo.
—No me ha salido ningún chichón en la cabeza. Solo tengo una magulladura, como si me hubiera caído o algo así.
—Te pusimos un paquete de hielo. Te atendimos enseguida.
—Sigue sin tener demasiado sentido —insistió, poco convencido.
—No sé por qué sigues dándole vueltas. —Aunque no dijera nada más, eso solo volvía a convertirme en una mentirosa, y mucho peor que antes. Tenía que ceñirme a la historia por su propia seguridad, porque si en algún momento la señora Bethany descubría que Lucas sospechaba algo, ella podría... Podría... No sabía qué podría hacer, pero me temía que no sería nada bueno. Sin embargo, decirle a Lucas que sus dudas eran infundadas, que sus preguntas sensatas acerca de Medianoche y su amnesia transitoria no eran más que tonterías, eso era peor. Eso era pedirle a Lucas que dudara de él mismo y no quería hacerle algo así. Ahora sabía lo mal que uno se sentía cuando se dudaba de sí mismo—. Por favor, Lucas, déjalo.
Lucas asintió lentamente.
—Ya hablaremos de ello en otro momento.
Cuando se olvidaba del tema y dejaba de preocuparse por la noche del Baile de otoño, no había nada mejor que estar juntos. Era casi perfecto. Estudiábamos en la biblioteca o en el aula de mi madre, y a veces nos acompañaban Vic o Raquel. Comíamos en los prados: envolvíamos nuestros sándwiches en bolsas marrones y nos los metíamos en los bolsillos del abrigo. En clase, soñaba despierta con él y me despertaba de mi feliz ensoñación única y exclusivamente cuando no me quedaba más remedio que prestar atención para no suspender. Cuando teníamos Química, entrábamos y salíamos del aula de Iwerebon sin despegarnos. Los demás días venía a buscarme en cuanto acababan las clases, como si hubiera estado pensando en mí incluso más de lo que yo había estado pensando en él.
—Asúmelo, no sé nada de arte —me susurró Lucas un domingo por la tarde que lo había invitado al apartamento de mis padres.
Ellos nos habían saludado con mucha diplomacia y luego nos habían dejado estar en mi habitación el resto del día. Nos habíamos tumbado en el suelo, sin tocarnos, pero juntos, y estábamos contemplando el póster de Klimt.
—No tienes que saber nada, solo tienes que mirarlo y decir qué te transmite.
—No se me da muy bien lo de transmitir.
—Sí, ya lo he notado. Inténtalo, ¿vale?
—Vale, bien. —Estuvo pensando un rato, muy concentrado, mirando fijamente El beso—. Creo que... Creo que me gusta cómo le sujeta la cara entre las manos. Como si ella fuera lo único en el mundo que le hiciera feliz, lo único que fuera realmente suyo.
—¿De verdad ves eso en la lámina? A mí él me parece... Fuerte, creo.
Creía que el hombre de El beso tenía el control de la situación y parecía que a la mujer desfalleciente le gustaba que así fuera, al menos por el momento.
Lucas se volvió hacia mí y yo incliné la cabeza hacia un lado para estar cara a cara. El modo en que me miró, la intensidad, la seriedad, el deseo, me cortó la respiración.
—Créeme, sé que tengo razón —se limitó a decir.
Nos besamos y mi padre escogió ese preciso momento para llamarnos a cenar. La sincronización paterna es asombrosa.
Disfrutaron al máximo de la cena, incluso comieron alimentos y se comportaron como si les gustara.
Estar cerca de Lucas significaba tener menos tiempo para compartir con mis otros amigos, por mucho que deseara que no fuera así. Balthazar seguía mostrándose tan amable como siempre, me saludaba con la mano por los pasillos y con un gesto de cabeza a Lucas, como si fuera un amigo de toda la vida y no alguien que había estado a punto de abalanzarse sobre él la noche del Baile de otoño. Sin embargo, tenía una mirada triste y sabía que estaba resentido por haberle negado una oportunidad.
Raquel también se sentía sola. Aunque la invitábamos a estudiar algunas noches, nunca más volvimos a compartir la comida. Tampoco había hecho más amigos, que yo supiera. Lucas y yo tuvimos la genial idea de emparejarla con Vic, pero no hubo nada que hacer, ellos dos sencillamente no conectaban. Salían con nosotros y se lo pasaban bien, pero eso era todo.
Me disculpé por pasar menos tiempo con ella, pero Raquel no pareció darle importancia.
—Estás enamorada y eso te convierte en un muermo para la gente que no lo está. Ya sabes, para los que no están chalados.
—No soy un muermo —protesté—, al menos no más que antes.
Raquel respondió juntando las manos y alzando la vista al techo de la biblioteca con la mirada ligeramente desenfocada, en un gesto que pretendía ser desdeñoso.
—¿Sabías que a Lucas le gusta la luz del sol? ¡Uy, le encanta! Y las flores y también los conejitos. Y ahora voy a hablarte de los fascinantes lazos que Lucas se hace en sus fascinantes zapatos.
—Cállate. —Le di un manotazo en el hombro y se echó a reír. Aun así, sentí la extraña distancia que se había establecido entre nosotras—. No quiero dejarte sola.
—No pasa nada. Seguimos siendo amigas.
Raquel abrió su libro de texto de biología, decidida a olvidar el tema.
—Parece que Lucas te cae bien —dije, con sumo cuidado.
Se encogió de hombros y no levantó la vista del libro.
—Claro, ¿por qué no iba a caerme bien?
—Bueno... Por algunas de las cosas de las que habíamos hablado... No va a pasar nada, en serio. —Raquel había estado muy segura de que Lucas podía atacarme, sin saber que era al revés—. Me gustaría que supieras cómo es de verdad.
—Un tipo fabuloso y maravilloso al que le gusta la luz del sol y vomita rosas... —Raquel bromeaba, aunque no del todo. Cuando por fin se encontraron nuestras miradas, suspiró—. Sí, me cae bien.
Sabía que no debía presionarla más ese día, así que cambié de tema.
Aunque a mi mejor amiga en Medianoche no le emocionaba lo más mínimo que estuviera con Lucas, muchos de mis peores enemigos creían que era una idea estupenda. De hecho, se relamían de gusto de que le hubiera mordido.
—Sabía que tarde o temprano te pondrías al día con el programa —me dijo Courtney en Tecnología moderna, la única clase de la que habían sido excluidos los alumnos humanos—. Naciste siendo vampiro. Es como superraro y poderoso y eso, ¿no? Era imposible que siguieras siendo una pardilla el resto de tu vida.
—Vaya, gracias, Courtney —contesté de manera inexpresiva—. ¿Podríamos hablar de otra cosa?
—No sé por qué te comportas de una forma tan rara. —Erich me lanzó una sonrisa zalamera mientras jugueteaba con los deberes del día: un mp3—. Es decir, supongo que un tipo tan empalagoso como Lucas Ross debe de dejar regusto, pero, eh, la sangre fresca es sangre fresca.
—Todos deberíamos tomar un refrigerio de vez en cuando —insistió Gwen—. Hay que ver, esta escuela viene completa con buffet andante incluido y ¿nadie le puede dar ni un mordisquito?
Se oyó un murmullo de aprobación.
—A ver, atención todo el mundo —pidió el señor Yee, nuestro profesor—. Ya habéis tenido los mp3 unos minutos, ¿preguntas?
Igual que el resto de profesores de Medianoche, era un vampiro de grandes poderes, alguien que llevaba mucho tiempo formando parte de este mundo y aun así seguía conservando una posición aventajada. El señor Yee no era excesivamente mayor; nos había dicho que había muerto por la década de 1880, pero desprendía una fuerza y una autoridad casi tan imponentes como las de la señora Bethany. Por eso los alumnos, incluso los que le sacaban varios siglos, lo respetaban. A sus órdenes, todos guardamos silencio.
Patrice fue la primera en levantar la mano.
—Ha dicho que la mayoría de los aparatos electrónicos pueden establecer conexiones inalámbricas, pero este no parece que pueda.
—Muy buena observación, Patrice. —Cuando el señor Yee la alabó, Patrice me lanzó una sonrisa de agradecimiento. Habíamos discutido varias veces sobre el concepto de las comunicaciones inalámbricas—. Esta limitación es uno de los fallos de diseño del mp3. Los modelos posteriores seguramente incorporarán algún tipo de conexión inalámbrica y, por descontado, también existe el teléfono de última generación, que veremos a continuación.
—Si la información que contiene el mp3 recrea la canción —dijo Balthazar, meditabundo—, entonces la calidad del sonido dependerá por completo del tipo de altavoces o auriculares que se utilicen, ¿no es así?
—En gran parte, sí. Existen formatos de grabación mejores, pero un oyente normal y corriente, incluso un oído experto, no conseguiría distinguir la diferencia ya que el mp3 se conectó a un sistema de audio superior. ¿Alguien más? —El señor Yee miró a su alrededor y suspiró—. ¿Sí, Ranulf?
—¿Qué espíritus le dan vida a esta caja?
—Eso ya lo hemos discutido. —El señor Yee puso las manos en el pupitre de Ranulf y le habló con suma calma—: Los espíritus no dan vida a ninguno de los aparatos que hayamos estudiado en clase o que estudiaremos más adelante. De hecho, los espíritus no dan vida a ningún aparato. ¿Está claro de una vez por todas?
Ranulf asintió lentamente, aunque no parecía convencido. Llevaba el pelo castaño cortado a lo paje y tenía un rostro de expresión sincera e inocente.
—¿Y qué me dice de los espíritus del metal del que está hecha esta caja? —se aventuró a preguntar al cabo de unos segundos.
El señor Yee bajó la cabeza, como si se diera por vencido.
—¿Hay alguien por aquí de la época medieval que pudiera echarle una mano a Ranulf con la transición?
Genevieve asintió y se puso a su lado.
—Dios, no es tan difícil, es como, no sé, como un walkman con turbo o algo así.
Courtney le lanzó a Ranulf una mirada desdeñosa y fastidiada.
Era una de las pocas alumnas de Medianoche que no parecía haber perdido el contacto con el mundo moderno. Por lo que había visto, Courtney había ido allí básicamente a socializar. Por desgracia para los demás. Suspiré y volví a dedicarme a crear una lista de reproducción de mis canciones favoritas para Lucas. Tecnología moderna era muy fácil para mí.
Por raro que pareciera, el lugar donde más me costaba olvidar el problema que acechaba bajo la superficie era la clase de Inglés. Ya habíamos dejado atrás el estudio de la literatura popular y ahora estábamos repasando los clásicos y profundizando en Jane Austen, una de mis autoras preferidas, por lo que creí que sería muy difícil no acertar esta vez. La clase de la señora Bethany era como un universo donde la literatura quedaba reflejada en un espejo, un lugar donde todo se veía al revés, incluso yo. Había libros que había leído antes y que me sabía a pies juntillas que se me hicieron extraños en su clase, como si los hubieran traducido a una lengua extraña, enrevesada y gutural. Pero Orgullo y prejuicio sería diferente. O eso creía.
—Charlotte Lucas está desesperada. —De hecho, había levantado la mano, prestándome voluntaria a que me eligiera. ¿Por qué se me pasaría por la cabeza que podría ser una buena idea?—. En aquellos tiempos, si las mujeres no se casaban eran... en fin, no eran nadie. No podían trabajar ni poseer propiedades. Si no querían ser una carga para sus padres, tenían que casarse.
Lo intenté, pero no podía creer que tuviera que explicarle aquello a mi profesora.
—Interesante —dijo la señora Bethany. «Interesante» era sinónimo de «incorrecto» para ella. Empecé a sudar. La señora Bethany se paseaba por la clase lentamente, y la luz de la tarde se reflejaba en el broche de oro que llevaba prendido al cuello de la blusa de encaje. Vi las estrías de sus largas y gruesas uñas—. Dígame, ¿Jane Austen se casó?
—No.
—Le propusieron matrimonio en una ocasión. Su familia lo dejó muy claro en varias memorias. Un hombre de medios ofreció su mano en matrimonio a Jane Austen, pero ella lo rechazó. ¿Tuvo ella que casarse, señorita Olivier?
—Bueno, no, pero era escritora. Sus libros le reportarían...
—Menos ingresos de los que se imagina. —La señora Bethany estaba encantada de que hubiera caído en su trampa. Hasta entonces no me había dado cuenta de que la sección de folclore de nuestras lecturas había servido para enseñar a los vampiros cómo trataba la sociedad del siglo XXI el mundo sobrenatural, y que los clásicos eran una manera de estudiar el cambio de actitud a través de lo que se contaba en esas historias y la actualidad—. Los Austen no eran una familia especialmente acomodada. En cambio los Lucas... ¿eran pobres?
—No —metió baza Courtney. No había acudido en mi rescate, solo lo hacía para presumir. Dado que ya no se molestaba en rebajarme ante los demás, supuse que lo hacía para que Balthazar se fijara en ella. Desde el baile, había renovado sus esfuerzos para ganárselo, pero por lo que yo había visto hasta el momento, con bastante poco éxito—. El padre es sir William Lucas, el único miembro de la pequeña aristocracia del lugar. Cuentan con los medios suficientes para que Charlotte no tenga que casarse con nadie, a menos que quiera.
—¿De verdad crees que quiere casarse con Collins? —repliqué—. Es un idiota pretencioso.
Courtney se encogió de hombros.
—Quiere casarse y él no es más que un medio para conseguir su objetivo.
La señora Bethany asintió con la cabeza a modo de aprobación.
—De modo que Charlotte solo está utilizando a Collins. Ella cree estar actuando por necesidad, mientras que él cree estar haciéndolo por amor, o al menos por el afecto debido a una esposa potencial. Collins es sincero, mientras que Charlotte no lo es. —Pensé en las mentiras que le había contado a Lucas apretando el libro con tanta fuerza que creí que el afilado borde del papel se me hundía en las yemas de los dedos. La señora Bethany debió de adivinar lo que sentía, porque continuó—: ¿Acaso el hombre engañado no merecería nuestra compasión en vez de nuestro desdén?
Quise que me tragara la tierra.
Balthazar me envió una sonrisa de aliento en ese momento, como él solía hacer, y supe que aunque ya no nos viéramos como antes, al menos seguíamos siendo amigos. De hecho, ninguno de los típicos alumnos de Medianoche seguía mirándome por encima del hombro como solían hacerlo. Aunque todavía no fuera un vampiro de verdad, les había demostrado algo. Tal vez ya estuviera «en el club».
En cierto modo, tenía la sensación de haberme salido con la mía, de que había hecho un truco de magia con éxito: había cerrado los ojos, había dicho abracadabra y de repente el mundo estaba al revés. Cuando le diera la mano a Lucas y riéramos después de clase con alguna de sus bromas, entonces podría creer que todo iba a ir mejor a partir de entonces.
Aunque no era cierto. No podía ser cierto mientras siguiera engañando a Lucas.
Antes, jamás me hubiera planteado que no compartir con Lucas el secreto de mi familia fuera mentir. Me habían enseñado a guardar ese secreto desde que era niña y bebía sangre del biberón que traían de la carnicería. Sin embargo, ahora sabía lo cerca que había estado de hacerle daño y mi secreto ya no me parecía tan inocente como antes.
Lucas y yo estábamos besándonos a todas horas, sin parar: por la mañana antes de desayunar, por la noche cuando nos despedíamos para ir a nuestros dormitorios respectivos... En dos palabras: en cualquier momento que estuviéramos juntos y a solas. Sin embargo, yo siempre me detenía antes de dejarnos llevar.
A veces quería más, y sabía que Lucas también por la forma en que me miraba, poniendo atención en mis movimientos o en el modo en que mis dedos se aferraban a su muñeca. Sin embargo, nunca me presionaba. A solas en la cama, mis fantasías se volvían mucho más desenfrenadas y pasionales. Ahora conocía el sabor de los labios de Lucas sobre los míos e imaginaba el tacto de sus manos sobre mi piel desnuda con una claridad que me hacía perder la serenidad.
No obstante, últimamente, durante esas fantasías, siempre acababa apareciendo una misma imagen: mis dientes hundiéndose en el cuello de Lucas.
Había veces en que me creía capaz de cualquier cosa por volver a probar la sangre de Lucas. Y esos momentos eran los que más me asustaban.


—¿Qué te parece?
Me puse el viejo sombrero de terciopelo para Lucas, pensando que se echaría a reír al ver el efecto que haría el color morado del tejido sobre mi cabello pelirrojo.
Sin embargo, me sonrió de tal modo que de repente me empezó a entrar calor.
—Estás guapísima.
Estábamos en una tienda de ropa de segunda mano de Riverton, disfrutando de la segunda semana que pasábamos juntos en la ciudad mucho más que la primera. Mis padres volvían a estar de guardia en el cine, así que habíamos decidido perdernos la oportunidad de ver El halcón maltes, y en su lugar estuvimos entrando y saliendo de todas las tiendas que estuvieran abiertas, echando un vistazo a los pósters y los libros, y teniendo que soportar algunas miradas hastiadas de los dependientes detrás del mostrador, claramente hartos de los adolescentes de «ese colegio» que estaban como enloquecidos. Mala suerte para ellos, porque nosotros estábamos pasándonoslo de miedo.
Cogí una estola de pelo blanco de un estante y me envolví los hombros con ella.
—¿Qué te parece?
—Las pieles son algo muerto —contestó Lucas, torciendo el gesto, aunque tal vez creyera de verdad que la gente no debería ponerse pieles.
Desde mi punto de vista, creía que las cosas de época debían ser una excepción: los animales habían muerto hacía décadas, así que no es como si estuvieras contribuyendo a hacer más daño. De todos modos, me quité la estola.
Mientras tanto, Lucas se probó un abrigo gris de tweed que había rescatado de un estante del fondo repleto de cosas. Como el resto de la tienda, olía un poco a moho, aunque no era un olor desagradable, y el abrigo le sentaba muy bien.
—Es un poco Sherlock Holmes —dije—. Si Sherlock Holmes fuera sexy.
Se echó a reír.
—A algunas chicas le van los intelectuales, ¿sabes?
—Pues tienes suerte de que no sea una de ellas.
Por fortuna, le gustaba que le tomara el pelo. Me abrazó, pasó sus brazos por encima de los míos de modo que quedé atrapada entre los suyos y no pude devolverle el gesto, y me plantó un sonoro beso en la frente.
—Eres insufrible —murmuró—, pero vale la pena aguantarte.
Al sujetarme de esa manera, mi cara quedaba pegada a la curva de su cuello y lo único que veía eran las débiles líneas rosadas, las cicatrices que le había dejado mi mordisco.
—Me alegro de que pienses así.
—Lo sé.
No iba a discutir con él. No había razón para que mi único y terrible error no pudiera seguir siendo eso: un error que no debía repetirse.
Lucas me acarició la mejilla con un dedo, delicado como la suave punta de un pincel. En ese momento recordé El beso de Klimt, con sus dorados y sus brumas, y por un instante tuve la sensación de haber sido atraída junto a Lucas al interior del cuadro, envueltos por su belleza y pasión. Escondidos detrás de los estantes como estábamos, perdidos en un laberinto de cuero viejo y cuarteado, satén arrugado y hebillas con diamantes de imitación ajados por el tiempo, Lucas y yo podríamos habernos besado durante horas sin que nos encontraran. Me imaginé la escena un momento: Lucas colocando un abrigo negro de pieles en el suelo, dejándome encima de la manta improvisada, inclinándose sobre mí...
Apreté mis labios contra su cuello, sobre las cicatrices, como cuando mi madre solía besar un cardenal o un rasguño para que sanara. Su pulso era firme. Lucas se puso tenso y pensé que tal vez había ido demasiado lejos.
«Tampoco debe de ser fácil para él. A veces pienso que voy a volverme loca si no lo toco, así que ¿cuánto peor no ha de ser para él? Sobre todo cuando no sabe el por qué.»
Las campanillas de la puerta nos sacaron del trance en que habíamos caído. Ambos echamos un vistazo para ver quién había entrado.
—¡Vic! —Lucas sacudió la cabeza—. Debí imaginarme que aparecerías por aquí.
Vic se acercó tranquilamente, con los pulgares bajo las solapas de la chaqueta a rayas que llevaba debajo de su abrigo de invierno.
—Este aspecto no se consigue así como así, ¿sabes? Hay que trabajárselo para tener esta planta. —Al fijarse en el abrigo de tweed de Lucas, Vic lo miró con envidia y protestó—. Los tíos altos siempre os lleváis lo mejor.
—No voy a comprármelo.
Lucas se lo quitó, preparado para irse. Seguramente quería que tuviéramos unos minutos más de intimidad, porque ya casi era la hora de volver al autocar. Sabía cómo se sentía. Por mucho que me gustara Vic, no quería que se nos pegara.
—Lucas, estás loco. Si algo así me sentara bien, no me lo pensaría dos veces.
Vic suspiró. Estaba claro que no había pasado el peligro de que quisiera acompañarnos hasta el autocar, así que intenté pensar en algo rápidamente.
—¿Sabes? Creo que he visto unas corbatas con chicas hawaianas al fondo de la tienda.
—¿De verdad?
Vic se fue sin más, abriéndose camino entre el revoltijo de ropa en busca de las corbatas hawaianas.
—Buen trabajo. —Lucas me quitó el sombrero y luego me cogió la mano—. Vamos.
Casi estábamos en la puerta cuando pasamos junto al expositor de bisutería y un objeto oscuro y brillante me llamó la atención. Era un broche con una piedra tallada, negra como la noche, aunque de un brillo intenso. Se trataba de un par de flores de pétalos exóticos y afilados, como la de mi sueño. El broche era tan pequeño que me cabía en la mano y estaba profusamente trabajado, pero lo que más me sorprendía era cuánto se parecía a la flor que había empezado a creer que solo existía en mi imaginación. Me detuve en seco para mirarlo con detenimiento.
—Mira, Lucas, es precioso.
—Es azabache auténtico de Whitby. Joyas de luto de la época victoriana. —La dependienta nos escrutó con la mirada por encima de sus gafas de lectura de montura azul, evaluando si éramos clientes potenciales o solo unos chavales a los que debía espantar—. Muy caro.
A Lucas no le gustaba que lo pusieran en entredicho.
—¿Cómo de caro? —dijo con toda la naturalidad del mundo, como si se apellidara Rockefeller en vez de Ross.
—Doscientos dólares.
Es probable que los ojos se me salieran de las órbitas. Con unos padres que trabajaban de profesores, la paga que recibes no es la mayor del mundo precisamente. Lo único que me había comprado que me hubiera costado más de doscientos dólares había sido el telescopio y eso con la ayuda de mis padres. Reí un poco, intentando ocultar mi incomodidad y la tristeza que sentía al tener que olvidarme del broche. No había pétalo negro que no fuera más bello que el anterior.
Lucas se limitó a sacar la cartera y le tendió a la dependienta una tarjeta de crédito.
—Nos lo llevamos.
La mujer enarcó una ceja, pero aceptó la tarjeta y fue a pasarla por la máquina.
—¡Lucas! —Lo cogí por el brazo e intenté hablarle en susurros—. No puedes.
—Ya lo creo.
—¡Pero son doscientos dólares!
—Te has enamorado de él —dijo con toda tranquilidad—, lo sé por cómo lo miras, y si te gusta tanto, deberías tenerlo.
El broche seguía en el expositor. Lo miré fijamente, intentando imaginar que algo tan bello pudiera ser mío.
—Sí... Me gusta, es decir, pero... Lucas, no quiero que te endeudes por mi culpa.
—¿Desde cuándo los pobres van a Medianoche?
Vale, en eso tenía razón. No sé por qué, pero nunca se me había ocurrido que Lucas pudiera nadar en la abundancia. Y era probable que sucediera lo mismo con Vic. Raquel había llegado hasta allí gracias a una beca, pero había muy pocos alumnos becados. En realidad, a la mayoría de los humanos les estaba costando un riñon poder estar rodeados de vampiros, aunque, por descontado, de esto último no tenían ni la más remota idea. Si los humanos no sobresalían por comportarse como unos esnobs tal vez se debiera a que no habían tenido la oportunidad de hacerlo. Los únicos que realmente se comportaban como niños ricos eran los que habían estado ahorrando dinero durante siglos o quienes compraron acciones de IBM cuando la máquina de escribir era lo último en cuanto a inventos. La jerarquía de Medianoche era tan estricta, vampiros en lo alto y humanos apenas merecedores de atención, que no había caído en que la mayoría de los humanos también procedían de familias adineradas.
En ese momento, recordé que Lucas había intentando hablarme de su madre en una ocasión y de lo controladora que podía llegar a ser. Habían viajado por todo el mundo, incluso habían vivido en Europa, y había dicho que su abuelo o su bisabuelo o no sé quién también había estudiado en Medianoche, al menos hasta que lo expulsaron por batirse en duelo. Tendría que haber sabido que no le faltaba el dinero.
Tampoco es que se tratara de una sorpresa desagradable precisamente. En mi opinión, todos los novios deberían ser ricos sin que una lo supiera, aunque eso también me hizo recordar que por mucho que adorara a Lucas, todavía nos encontrábamos a las puertas de conocernos.
Además de los secretos que guardaba yo.
La dependienta nos preguntó si queríamos que envolviera el broche, pero Lucas lo cogió y me lo prendió en el abrigo. Estuve acariciando con el dedo los afilados pétalos mientras paseábamos de la mano por la plaza del pueblo.
—Gracias. Es el mejor regalo que me han hecho nunca.
—Entonces, es el mejor dinero que he empleado nunca.
Bajé la cabeza, azorada y feliz. Habríamos seguido poniéndonos sentimentales si no hubiéramos entrado en la plaza del pueblo y nos hubiéramos topado con los alumnos que rodeaban el autocar, charlando animados sin ningún profesor a la vista.
—¿Por qué está todo el mundo esperando abajo? ¿Por qué no han subido todavía al autocar?
Lucas parpadeó, obviamente contrariado por el brusco cambio de tema.
—Eh, no sé. Tienes razón —dijo, cuando consiguió situarse—. A estas horas ya deberían haber empezado a llamarnos.
Nos acercamos al corro de estudiantes.
—¿Qué pasa? —le pregunté a Rodney, un chico que conocía de las clases de química.
—Es Raquel. Se ha largado.
Eso no podía ser cierto. Insistí.
—No se habría marchado sola. Se asusta con facilidad.
Vic se había abierto paso entre la gente hasta nosotros. Llevaba una bolsa de plástico transparente llena de corbatas chillonas.
—¿De verdad? Pues a mí siempre me ha parecido un poco distante —se interrumpió enseguida, como si se hubiera dado cuenta de que tal vez no era demasiado apropiado hablar mal de una persona desaparecida—. La he visto antes en la cafetería. Un chico del pueblo estaba intentando hablar con ella, aunque sin demasiado éxito. Ya no la he vuelto a ver después de eso.
Cogí a Lucas de la mano.
—¿Crees que ese chico ha podido hacerle algo?
—Puede que solo se esté retrasando.
Lucas intentó aparentar tranquilidad, pero no resultó demasiado convincente. Vic se encogió de hombros.
—Eh, igual el tío al final dijo lo que ella quería oír y ahora están dándose el lote por ahí.
Raquel nunca haría una cosa así. Era demasiado prudente y demasiado desconfiada como para liarse con alguien que no conocía llevada por un impulso. Con cierto remordimiento, me arrepentí de no haberle dicho que se viniera con Lucas y conmigo, en vez de dejarla sola.
Al ver aparecer a mi padre en la plaza con el ceño fruncido, comprendí que estaba incluso más preocupado que yo.
—Que todo el mundo suba al autocar y vuelva a la escuela. Encontraremos a Raquel, no os preocupéis —dijo.
—Yo me quedo para ayudaros a buscarla —le dije a mi padre, alejándome de Lucas—. Somos amigas. Se me ocurren algunos sitios a los que habría podido ir.
—Muy bien. —Mi padre asintió con la cabeza—. Arriba todo el mundo.
Sentí la mano de Lucas en el hombro. Aquella no era la despedida romántica que había planeado; sin embargo, él no parecía egoístamente decepcionado. Lo único que vi en él fue preocupación por Raquel y por mí.
—Yo también debería quedarme para ayudaros.
—No van a dejarte. Incluso me sorprende que me hayan dejado a mí.
—Es peligroso —insistió, en voz baja.
Sentí mucha lástima por él, desesperado por protegerme y completamente inconsciente de lo bien que sabía protegerme yo sólita, así que le dije lo único que creí que podría tranquilizarlo:
—Mi padre cuidará de mí. —Me puse de puntillas para besar a Lucas en la mejilla y luego volví a acariciar mi broche con la punta de los dedos—. Gracias. Muchas gracias.
A Lucas no le hacía gracia dejarme allí, pero todo había quedado arreglado al mencionar a mi padre. Me dio un beso fugaz.
—Nos veremos mañana.
En cuanto arrancó el autocar, mi padre y yo nos dirigimos a toda prisa hacia las afueras del pueblo.
—¿De verdad sabes adonde ha podido ir? —me preguntó mi padre.
—No tengo ni la más remota idea —admití—, pero necesitáis toda la gente de la que podáis disponer. Además, ¿y si precisáis que alguien cruce el río?
A los vampiros no les gustaba el agua en movimiento. A mí no me importaba, al menos por el momento, pero mis padres se ponían frenéticos cada vez que tenían que cruzar hasta el más ridículo de los riachuelos.
—Mi niña sabe cuidar de sí misma. —Su orgullo de padre me cogió con la guardia baja, aunque para bien—. Estás madurando mucho aquí, Bianca. Todo este tiempo en Medianoche te está cambiando para mejor.
Alcé la vista al cielo, cansada del sermón paternal de «tu padre sabe lo que es mejor para ti».
—Es lo que ocurre cuando tienes que sobreponerte a la adversidad.
—Información de última hora: eso es el instituto.
—Lo dices como si hubieras ido.
—Créeme, la adolescencia también era una lata en el siglo XI. La Humanidad avanza, pero hay ciertas cosas que nunca cambian: la gente hace tonterías cuando se enamora, desea lo que no puede tener y esa edad entre los doce y los dieciocho años ha sido, es y será siempre la peor. —Mi padre volvió a ponerse serio cuando abandonamos la calle principal—. No tenemos a nadie en la orilla oeste del río. Quédate cerca de la ribera si crees que vas a perderte.
—No puedo perderme. —Señalé arriba, al firmamento estrellado, donde las constelaciones esperaban para guiarme—. Hasta luego.
Aunque todavía no habíamos visto caer la primera nevada, el invierno ya se había hecho amo y señor de los campos. La tierra crujía bajo mis pies a causa de la escarcha, y la hierba marchita y los matorrales desnudos me rozaban los téjanos mientras avanzaba a lo largo de la orilla. Los pálidos troncos de las hayas sobresalían entre los demás árboles como rayos en un cielo tormentoso. Al final opté por no alejarme del río, y no porque me preocupara perderme, sino porque Raquel sí podría estarlo, y si se había aventurado en esa dirección, tal vez habría intentado encontrar el río para orientarse.
«No debería haberse alejado del pueblo. Si Raquel ha pasado por aquí, puede que perderse sea el menor de sus problemas.»
Mi desbocada imaginación, siempre presta a concebir el peor de los panoramas posibles, se empeñó en bombardearme con escenas horripilantes: Raquel víctima de un atraco a manos de uno de los chicos del pueblo deseoso de robar a uno de los «niños ricos» del colegio; Raquel intentando huir de los obreros de la construcción, borrachos, que había visto en la pizzería y que el miedo había transformado de protectores de mujeres a violadores; Raquel superada por la tristeza que la agobiaba, entrando en las heladas aguas del río y siendo atraída hacia el fondo por su poderosa corriente...
Di un respingo al oír un repentino y huidizo ruido por encima de mi cabeza, pero solo se trataba de un cuervo que revoloteaba de una rama a otra. Suspiré aliviada y entonces me fijé en que un poco más allá, hacia el oeste, había algo brillante entre los matorrales.
Me dirigí hacia allí sin perder tiempo, a la carrera. Iba a abrir la boca para llamarla, pero la cerré de inmediato sin pronunciar su nombre. Si se trataba de Raquel, lo averiguaría enseguida. Si no era así, tal vez lo mejor era no llamar la atención.
Al acercarme, con la respiración entrecortada a causa del esfuerzo, oí la voz de Raquel, aunque la alegría que hubiera podido sentir al encontrarla quedó aniquilada por su voz aterrada.
—¡Déjame en paz!
—Eh, pero ¿qué problema hay? —También conocía esa voz. Demasiado tranquila, ligeramente desdeñosa—. Te comportas como si no nos hubiéramos visto nunca.
Era Erich. No había ido al pueblo en el autocar de la escuela. Ninguno de los «típicos» alumnos de Medianoche se acercaba a Riverton. Por lo visto lo encontraban aburrido o lo más probable es que esperaran impacientes a que los demás se fueran para poder pasar un rato y comportarse como eran en realidad sin tener que ocultar su verdadera naturaleza. Sin embargo, Erich parecía estar preocupantemente cerca de su verdadera naturaleza en esos momentos. Estaba visto que nos había seguido hasta Riverton con la esperanza de que alguien fuera a dar una vuelta solo. Y ese alguien había sido Raquel.
—Ya te he dicho que no quiero hablar contigo —insistió Raquel. Estaba aterrorizada. Normalmente solía dar una imagen de chica dura, pero el acoso de Erich la había espantado tanto que había perdido todo su arrojo—. Así que deja de seguirme.
—Te comportas como si fuera un extraño. —Sonrió. Sus dientes blancos relucieron en la oscuridad y me recordó las películas de tiburones que había visto—. Nos sentamos juntos en Biología, Raquel. ¿Qué problema hay? ¿Qué crees que voy a hacerte?
Ahora ya sabía qué había ocurrido. Erich la había encontrado sola en la ciudad y había empezado a seguirla. En vez de esperar en la plaza con los demás, donde Raquel hubiera tenido que soportar su presencia o tal vez incluso tener que acabar sentándose con él en el autocar, había intentado escabullirse. Y en esas había terminado alejándose cada vez más del centro de Riverton y, al final, había salido del pueblo. A esas alturas Raquel debía de saber que había cometido un error, pero para entonces Erich ya la tenía donde él quería y a solas. A pesar de lo fría que era la noche, Raquel había recorrido casi tres kilómetros en dirección al colegio, y me sentí henchida de orgullo por su coraje y tozudez.
De acuerdo, también había sido una tontería, pero Raquel no tenía razones por las que temer que uno de sus compañeros de clase quisiera matarla.
—¿Sabes qué? Tengo hambre —dijo Erich con toda naturalidad.
Raquel palideció. Era imposible que ella supiera a qué estaba refiriéndose en realidad, pero sintió lo mismo que yo: lo que hasta el momento no había pasado de una provocación estaba a punto de convertirse en algo más. La energía potencial que fluía entre ellos empezaba a transformarse en energía cinética.
—Me voy —dijo Raquel.
—Ya veremos si te vas —contestó él.
—¡Eh! —grité con todas mis fuerzas.
Ambos se volvieron en redondo hacia mí y una expresión de alivio apareció en el rostro de Raquel al instante.
—¡Bianca!
—Esto no es asunto tuyo —me espetó Erich—. Lárgate.
No podía creerlo. Se suponía que sería él quien se largaría en cuanto comprendiera que lo habían pillado con las manos en la masa, pero estaba visto que no iba a ser así. En otras circunstancias, ese hubiera sido el momento en que yo habría empezado a acobardarme, pero esta vez no. Sentí que la adrenalina corría por mis venas, pero en vez de notar frío o ponerme a temblar, mis músculos se tensaron como cuando estás a punto de participar en una carrera. Mi olfato se agudizó y percibí el sudor de Raquel, la loción barata para después del afeitado de Erich, incluso el pelo de los ratoncitos entre las hierbas. Tragué saliva y mi lengua rozó los incisivos, que crecían lentamente a causa de la tensión.
«Empezarás a reaccionar como un vampiro», me había dicho mi madre. Aquello formaba parte de lo que había querido decirme.
—No soy yo la que va a irse, sino tú.
Me dirigí hacia ellos y Raquel se acercó a mí tambaleante, demasiado temblorosa para poder correr.
Erich frunció el ceño, irritado. Parecía un niño malhumorado al que le hubieran negado una golosina después del colegio.
—¿Qué pasa, acaso tú eres la única que puede saltarse las normas?
—¿Saltarse las normas? —preguntó Raquel, confundida, con voz rayando en la histeria—. Bianca, ¿de qué está hablando? ¿Por qué no nos vamos de aquí?
Palidecí. Erich esbozó una sonrisilla desdeñosa y en ese momento sentí la amenaza: estaba a punto de decirle a Raquel quiénes y qué éramos. Si Erich revelaba el secreto de Medianoche y convencía a Raquel de que éramos vampiros —y por las anteriores sospechas de Raquel estaba bastante segura de que no le sería difícil conseguirlo—, ella intentaría salir huyendo para alejarse de ambos y eso le ofrecería a Erich una magnífica oportunidad para atacarla. Después él incluso podía alegar que lo había hecho para borrarle la memoria. Tal vez podría intentar detenerlo gracias al instinto luchador que sentía agudizándose dentro de mí, pero todavía no era un vampiro por completo. Erich era más fuerte y más rápido que yo. Me vencería y se abalanzaría sobre Raquel. Y estaba a un paso de conseguirlo, solo le bastaban un par de palabras.
—Se lo diré a la señora Bethany —dije sin pensarlo.
La sonrisa zalamera de Erich fue desdibujándose poco a poco de su rostro. Incluso él sabía lo poco sensato que era tener a la señora Bethany en contra, sobre todo después de los discursos grandilocuentes de la directora acerca de la necesidad de mantener a los alumnos humanos a salvo para proteger la escuela. No, a la señora Bethany no iba a gustarle nada de nada la actitud de Erich.
—Ni se te ocurra —dijo Erich—. Déjalo ya, ¿vale?
—Déjalo tú. Largo de aquí. Vete.
Erich fulminó a Raquel con la mirada y luego se adentró en el bosque con paso airado, solo.
—¡Bianca!
Raquel se abrió camino con paso inestable entre las últimas ramas que se interponían entre nosotras. Me pasé la lengua por los dientes rápidamente, intentando calmarme para volver a parecerme y a comportarme como una humana.
—Dios, pero ¿qué le pasa a ese tío?
—Que es un capullo.
Cierto, aunque no fuera toda la verdad. Raquel se abrazó a mí con fuerza.
—Que busca... Que se comporta como si... Por favor. Vale. Venga.
Entrecerré los ojos para escrutar en la oscuridad y asegurarme de que Erich se alejaba de verdad. Sus pasos se habían perdido en la distancia y ya no se veía su abrigo de color claro. Se había ido, al menos por el momento, aunque no me fiaba de él.
—Vamos, daremos un rápido rodeo.
Raquel me siguió de vuelta al río, demasiado aturdida para preguntar. Solo tuvimos que andar medio kilómetro antes de dar con un pequeño puente de piedra. Hacía mucho tiempo que no se utilizaba y alguna de las piedras estaba suelta, pero Raquel no se quejó ni hizo preguntas mientras cruzábamos al otro lado.
Erich podía cruzar el río si quería, pero su aversión natural al agua en movimiento junto con el temor reverencial que le infundía la señora Bethany casi seguro que serían suficientes para mantenernos a salvo.
—¿Cómo estás? —le pregunté ya en la otra orilla.
—Bien. Estoy bien.
—Raquel, dime la verdad. Erich te siguió hasta el bosque y... ¡Pero si todavía estás temblando!
—¡Estoy bien! —insistió Raquel, casi chillando. Tenía la piel sudorosa. Nos miramos fijamente y en silencio por unos instantes y luego añadió en un susurro—: Bianca, por favor. No me ha tocado. Estoy bien.
Algún día Raquel estaría preparada para hablar de aquello, pero no esa noche. Esa noche necesitaba alejarse de allí y cuanto antes mejor.
—Muy bien, volvamos a la escuela.
—Quién iba a decirme que algún día me alegraría de volver a Medianoche. —Su risa sonó ligeramente entrecortada. Empezamos a caminar, pero se detuvo enseguida—. ¿No vas a llamar a nadie? A la policía, a los profesores, no sé, a alguien...
—Se lo diremos a la señora Bethany en cuanto lleguemos.
—Podría intentar llamar desde aquí. Tengo el móvil... En la ciudad funcionaba...
—Ya no estamos en la ciudad. Sabes que aquí no hay cobertura.
—Es increíble. —Temblaba con tanta violencia que hasta le castañeaban los dientes—. ¿Por qué esas brujas ricas no hacen que sus mamás y sus papás pongan un repetidor?
«Porque la mayoría de ellos todavía siguen sin acostumbrarse a los fijos», pensé.
—Vamos, anda.
No me permitió pasarle el brazo por encima de los hombros por el camino que nos alejaba del bosque helado, y no dejó de retorcer una y otra vez su pulsera de cuero.


Esa noche fui a ver a la señora Bethany a la oficina de la cochera después de que Raquel se fuera a la cama. Teniendo en cuenta la actitud desdeñosa con que solía tratarme, asumí que dudaría de mi palabra, pero no fue así.
—Nos ocuparemos del asunto —dijo—. Puede retirarse.
Vacilé unos segundos.
—¿Eso es todo?
—¿Cree que debería dejarle decidir su castigo? ¿Puede que incluso deseara imponérselo usted? —Enarcó una ceja—. Sé cómo mantener la disciplina en mi propia escuela, señorita Olivier. ¿O le gustaría escribir otro trabajo como recordatorio?
—Me refería a qué vamos a decirle a la gente. Querrán saber qué le ocurrió a Raquel. —Estaba imaginándome el bello rostro de Lucas volviendo a cuestionarse si no ocurriría nada extraño en Medianoche—. Raquel le dirá a la gente que fue Erich. Solo habría que decir que le estaba gastando una broma o algo por el estilo, ¿no?
—Eso parece razonable. —¿Por qué tenía la sensación de que le divertía la situación? Comprendí la razón cuando la señora Bethany añadió—: Está convirtiéndose en toda una maestra del engaño, señorita Olivier. Por fin progresamos.
Lo que más temía era que tuviera razón.

viernes, 8 de mayo de 2009

Capítulo 8

Capítulo 8
He matado a Lucas? ¿Está bien? —sollocé. No podía dejar de llorar. Mi madre me había pasado un brazo por encima de los hombros y dejé que me condujera lejos del cenador sin oponer resistencia. También había otros profesores encargándose de que los demás alumnos no se enteraran de lo que había ocurrido—. Mamá, ¿qué he hecho?
—Lucas está vivo. —Nunca me había hablado con tanta dulzura—. Se pondrá bien.
—¿Estás segura?
—Del todo. —Fui tropezando en casi todos los escalones de piedra a medida que subíamos. Temblaba de la cabeza a los pies de tal modo que apenas podía mantenerme derecha. Se me habían deshecho las trenzas y mi madre iba acariciándome el pelo, que ahora me caía lacio alrededor de la cara—. Cariño, sube a mi habitación, ¿de acuerdo? Lávate la cara y tranquilízate.
Negué con la cabeza.
—Quiero estar con Lucas.
—Ni siquiera sabrá que estás a su lado.
—Mamá, por favor.
Iba a negarse, pero en ese instante comprendió que sería inútil discutir.
—Vamos.
Mí padre había llevado a Lucas a la cochera. Al entrar me pregunté por qué estaría dividida en estancias, con las paredes recubiertas de paneles de madera tintada de negro y llenas de fotografías de color sepia con viejos marcos ovalados. Luego recordé que la señora Bethany vivía allí. Estaba demasiado conmocionada para que me preocupara su presencia. Cuando intenté entrar en el dormitorio para ver a Lucas, mi madre sacudió la cabeza.
—Lávate la cara con agua fría, respira hondo y tranquilízate, cariño. Luego ya hablaremos. —Esbozó una sonrisa ladeada y añadió—: No pasa nada, ya lo verás.
Mis manos torpes y temblorosas buscaron a ciegas el pomo de cristal del baño. En cuanto me miré en el espejo, comprendí por qué mi madre había insistido tanto en que me lavara la cara: tenía los labios manchados con la sangre de Lucas y unas cuantas gotas me habían salpicado las mejillas. Abrí los grifos de inmediato, desesperada por eliminar las pruebas de lo que había hecho, pero cuando el agua fría empezó a correr entre mis dedos, me encontré mirando las manchas de sangre con mayor detenimiento. Tenía los labios muy rojos y seguían hinchados de haber estado besándonos.
Me pasé la punta de la lengua lentamente por el contorno de los labios. Volví a probar el sabor de la sangre de Lucas y fue como si en ese momento estuviera tan cerca de mí como cuando lo había tenido entre mis brazos.
Entonces se referían a esto, pensé. Mis padres siempre me habían dicho que algún día la sangre sería algo más que solo sangre, algo distinto a lo que traían de la tienda del carnicero y con lo que me alimentaban. Nunca había conseguido comprender a qué se referían, pero ahora lo sabía. En cierto modo, había sido como el primer beso con Lucas: mi cuerpo sabía lo que necesitaba y quería antes de que mi mente hubiera llegado a adivinarlo.
Pensé en Lucas recostándose para que pudiera besarlo, totalmente confiado. El sentimiento de culpa me hizo volver a llorar y me mojé la cara y la nuca con agua. Tuve que hacer varias inspiraciones hondas durante unos minutos antes de poder salir del baño por mi propio pie.
La cama de la señora Bethany era un armatoste de madera negra tallada con columnas en espiral que soportaban un dosel. Lucas, inconsciente en medio de la cama, estaba tan blanco como las vendas que le envolvían el cuello, pero al menos respiraba.
—Está bien —susurré.
—Con la cantidad que bebiste no había bastante para matarlo. —Mi padre me miró por primera vez desde que había entrado corriendo en el cenador. Me mortificaba la posibilidad de tener que enfrentarme a su desaprobación o, teniendo en cuenta qué estaba haciendo cuando me asaltó la necesidad de morder a Lucas, su bochorno, pero estaba tranquilo, incluso se mostraba cariñoso—. Tienes que procurar beber más de medio litro en cada toma.
—Entonces, ¿por qué se ha desmayado?
—Es el efecto que tiene en ellos el mordisco —contestó mi madre, refiriéndose a los humanos con ese «ellos». Por lo general, intentaba no hacer distinciones. Le gustaba decir que la gente era gente de todas maneras, pero la línea divisoria entre nosotros nunca había estado tan clara—. Es como si se quedaran... hipnotizados, tal vez, o hechizados. Al principio se resisten, pero al poco caen en trance.
—De lo que tampoco podemos quejarnos, porque eso quiere decir que mañana no recordará nada. —Mi padre cogió la muñeca de Lucas para comprobar el pulso—. Nos inventaremos una historia para explicar lo de la herida, algo no demasiado rebuscado sobre un accidente. El viejo cenador tiene un par de travesaños sueltos, tal vez uno de ellos podría haberse caído y haberlo golpeado en la cabeza.
—No me gusta mentirle a Lucas.
Mi madre sacudió la cabeza.
—Cariño, ya sabes que hay cosas que la gente no tiene por qué saber.
—Lucas no es como la mayoría de la gente.
Lo que yo sabía y ellos ignoraban era que Lucas ya tenía sus sospechas acerca de la Academia Medianoche. Era evidente que desconocía la verdad sobre la escuela —de otro modo jamás habría cruzado la puerta de entrada—, pero sabía que ocurría algo, que allí había algo más de lo que se veía a simple vista. Estaba orgullosa del fino instinto de Lucas, sin olvidar que, al mismo tiempo, eso mismo lo complicaba todo.
Sin embargo, ¿cómo podía siquiera pasárseme por la cabeza decirle la verdad? ¿Perdona porque anoche estuve a punto de matarte? Asentí con la cabeza, lentamente, aceptando lo que debía hacer. Lucas no podía saber hasta qué punto le había traicionado. No me lo perdonaría jamás, y eso teniendo en cuenta que me creyera cuando empezara a hablarle de vampiros y no pensara que me había vuelto loca, que sería lo más lógico.
—Vale —claudiqué—. Tenemos que mentir. Lo entiendo.
—Ojalá lo hubiera entendido yo —se lamentó la señora Bethany, con sequedad. Cruzó la puerta del dormitorio, con las manos entrelazadas delante de ella. En vez de sus típicas camisas de encaje y sus faldas oscuras, llevaba un vestido de gala morado oscuro y guantes negros de satén que le llegaban hasta los codos. Los pendientes de perla negra lanzaron un destello al sacudir la cabeza—. Ya sabíamos que íbamos a tener problemas de seguridad cuando aceptamos el ingreso de alumnos humanos en Medianoche. Hemos sermoneado a los alumnos mayores, hemos controlado los pasillos y hemos mantenido los grupos tan separados como nos ha sido posible, y con buenos resultados. O al menos eso creía yo. Jamás me lo habría esperado de usted, señorita Olivier.
Mis padres se pusieron en pie. Al principio creí que se trataba de una muestra de deferencia hacia la señora Bethany, su superiora, cuya opinión siempre habían respetado, pero entonces mi padre dio un paso al frente para defenderme.
—Ya sabe que Bianca no es como el resto de nosotros. Es la primera vez que prueba sangre fresca. No sabía cómo iba a afectarle.
La señora Bethany frunció los labios en una sonrisa desagradable y tensa.
—Es evidente que Bianca es un caso especial. Muy pocos vampiros nacen en vez de convertirse. ¿Sabe que desde 1812 solo he conocido a otros dos además de usted? Mis padres me habían explicado que se concebían muy pocos bebés vampiro cada siglo. Ellos habían estado juntos durante casi trescientos cincuenta años antes de que mi madre los dejara pasmados a ambos al quedarse embarazada de mí. Siempre creí que exageraban un poco para hacerme sentir única, pero en ese momento comprendí que era la pura verdad.
La señora Bethany no había terminado.
—Lo más lógico sería pensar que haber sido criada por vampiros y conocer nuestra naturaleza y necesidades contaría a su favor. Razón de más para un mayor autocontrol.
—Lo siento. —No podía permitir que mis padres cargaran con la culpa, sobre todo porque no había más culpable que yo—. Mis padres siempre me han advertido que ocurriría algún día, que sentiría la necesidad de morder, pero en realidad no había llegado a entenderlos hasta que me ha sucedido.
La señora Bethany asintió con la cabeza, meditando mis palabras. Le lanzó una breve mirada a Lucas, como si fuera un trasto que hubiéramos dejado en su habitación.
—¿Vivirá? Entonces no está todo perdido. Mañana decidiremos el castigo de Bianca.
Mi madre me lanzó una mirada de disculpa.
—Bianca nos ha prometido que no volverá a hacerlo.
—Si corre la voz por la escuela de que alguien ha mordido a uno de los alumnos nuevos y no ha sufrido las consecuencias, se producirán más incidentes. —La señora Bethany se recogió la falda con una mano—. Y puede que algunos no tuvieran tanta suerte. Es de vital importancia que no vuelva a tocarse a ningún alumno humano más, no podemos permitirnos ni un asomo de sospecha. Tamaña trasgresión no puede quedar sin castigo.
La señora Bethany y yo estábamos completamente de acuerdo por primera vez en la vida. Me sentía fatal por haberle hecho daño a Lucas, por lo que pasarme varias noches limpiando el vestíbulo era lo menos que me merecía, aunque de repente se me ocurrió algo que podría complicarlo un poco.
—No pueden castigarme, no pueden obligarme a limpiar ni a nada por el estilo.
Las cejas de la señora Bethany casi rozaron la línea del nacimiento del pelo.
—¿Acaso estás por encima de esas labores menores?
—Si alguien se da cuenta de que me han castigado por algo, Lucas se preguntará por qué y lo último que queremos es que empiece a hacer preguntas, ¿no?
Mi razonamiento era irrefutable. La señora Bethany asintió lentamente, aunque era fácil adivinar que le molestaba que me hubiera adelantado a ella.
—Entonces me hará un trabajo de diez folios para de aquí a dos semanas sobre, digamos, el uso de la forma epistolar en las novelas de los siglos XVIII y XIX.
Estaba tan abatida y espantada que el castigo no fue capaz de hacerme sentir mucho peor.
La señora Bethany se acercó a mí, acompañada del susurro de la amplia falda del vestido, parecido al aleteo de un pájaro. El aroma a lavanda me envolvió como zarcillos de humo. No me resultó fácil aguantar su mirada, que me hizo sentir desprotegida y avergonzada.
—La Academia Medianoche ha servido de santuario para los nuestros durante más de dos siglos. Los que tienen una apariencia lo bastante juvenil para pasar por alumnos pueden venir aquí a instruirse en los cambios del mundo para poder reentrar en la sociedad y moverse con libertad sin levantar sospechas. Este es un lugar de aprendizaje, un lugar seguro, y solo podrá seguir siéndolo si los humanos al otro lado de los muros, y ahora dentro de ellos, también están a salvo. Si nuestros alumnos pierden el control y matan, Medianoche pronto levantará sospechas. Este santuario se vendría abajo y daría al traste con doscientos años de tradición. Señorita Olivier, llevo protegiendo esta escuela casi desde su fundación, y le puedo asegurar que no tengo ninguna intención de permitir que ni usted ni nadie altere ese equilibrio. ¿Me ha entendido?
—Sí, señora —susurré—. Lo siento mucho. No volverá a suceder.
—Eso es lo que dice ahora. —Volvió a mirar a Lucas, sin ocultar su curiosidad—. Ya veremos qué ocurre cuando el señor Ross despierte.
La señora Bethany salió con la cabeza en alto de la habitación para regresar al baile. Era extraño pensar que había gente que seguía bailando apenas a unos metros de allí.
—Me quedaré con Lucas —dijo mi padre—. Celia, llévate a Bianca a la escuela.
—No puedo volver a mi dormitorio ahora. Quiero estar aquí cuando Lucas se despierte —supliqué.
Mi madre negó con la cabeza.
—Lo mejor para ambos es que no estés aquí. Tu presencia podría hacerle recordar lo que ha sucedido y Lucas necesita olvidar. ¿Sabes qué? Sube a tu antigua habitación. Pero solo por esta noche. Nadie pondrá pegas.
La confortable habitación de la torreta en lo alto de la torre jamás me había parecido tan acogedora. Incluso me entraron ganas de volver a ver la gárgola.
—Qué bien. Gracias a los dos por todo. —Las lágrimas acudieron a mis ojos—. Esta noche nos habéis salvado a los dos.
—No te pongas melodramática. —La sonrisa de mi padre suavizó sus palabras—. Lucas habría vivido de todos modos y tú habrías acabado mordiendo a alguien. Ojalá hubieras esperado un poco más, pero supongo que nuestra niñita tenía que crecer tarde o temprano.
—Adrián —Mi madre lo cogió de la mano y empezó a tirar de él para sacarlo de la habitación—. Deberíamos hablar de aquello.
—¿De aquello? ¿De qué aquello?
—De lo que hay en el pasillo.
—Ah.
Mi padre lo captó más o menos a la vez que yo. Mi madre se había inventado una excusa para dejarme un momento a solas con Lucas.
En cuanto hubieron salido, me senté en el borde de la cama del lado donde estaba Lucas. Seguía estando arrebatador a pesar de la palidez y de las depresiones oscuras bajo los ojos. Debido a su lividez, el tono castaño dorado de su pelo parecía más apagado, más oscuro. Cuando le puse la mano en la frente, estaba frío al tacto.
—Siento mucho haberte hecho daño.
Una lágrima candente rodó por mi mejilla. El pobre Lucas, que siempre estaba intentando protegerme del peligro, jamás había sospechado que el peligro era yo.


Esa misma noche, más tarde, contemplé mi precioso vestido manchado de sangre. Mi madre lo había colgado en el pomo de la puerta de mi habitación.
—Creía que el baile iba a ser perfecto —susurré.
—Ojalá hubiera sido así, cariño. —Se sentó en la cama, a mi lado, y empezó a acariciarme el pelo como solía hacerlo cuando yo era pequeña—. Mañana verás las cosas de otra manera, no te preocupes.
—¿Estás segura de que Lucas no será un vampiro cuando se despierte?
—Estoy segura. Lucas no ha perdido suficiente sangre para poner su vida en peligro. Y es la primera vez que le muerdes, ¿no?
—Sí —contesté, sorbiéndome la nariz.
—Solo se convierten en vampiros los que han sido mordidos varias veces y, aun así, únicamente cuando el último mordisco es letal. Recuerda lo que siempre te hemos dicho: en realidad es bastante complicado matar a alguien desangrándolo. Da lo mismo, hay que morir para convertirse en vampiro y Lucas no va a morir.
—Yo soy un vampiro y no he muerto nunca.
—Eso es diferente, cariño, ya lo sabes. Tú naciste siendo especial. —Mi madre me tocó la barbilla para volverme la cara hacia ella. Vi que la gárgola nos sonreía a su espalda, como una fisgona escuchando una conversación ajena—. No te convertirás en un verdadero vampiro hasta que mates a alguien. Cuando lo hagas, también morirás, aunque solo por un momento. Será como echarse una siesta.
Evidentemente, mis padres ya me habían contado todo aquello como un millón de veces, de igual modo que me recordaban que debía cepillarme los dientes antes de irme a dormir o tomar nota del nombre y el número de teléfono de quien llamara mientras ellos estuvieran fuera. Según ellos, la mayoría de los vampiros no mataban, y aunque era imposible imaginarme haciéndole daño a alguien, insistían en que había maneras de hacerlo que estaban bien. Le habíamos dado vueltas y más vueltas a la famosa transformación por la que algún día tendría que pasar: podía ir a un hospital o a un hogar de ancianos, buscar a alguien muy mayor o a las puertas de la muerte y hacerlo.
Me habían asegurado que sería así de sencillo: o bien podía acabar con el sufrimiento de alguien o incluso podía darle la oportunidad de vivir para siempre como un vampiro si lo planeábamos de antemano y nos asegurábamos de que yo pudiera beber más de una vez. La explicación era así de sencilla y ordenada, como les gustaba que dejara mi habitación.
Lo que había ocurrido entre Lucas y yo había demostrado que la realidad no era tan sencilla y ordenada como las explicaciones de mis padres.
—No tengo que convertirme en un vampiro si no estoy preparada —dije.
Era otra de las cosas que no dejaban de repetirme y esperaba que mi madre me diera la razón de manera automática. Sin embargo, se quedó callada unos segundos.
—Ya veremos, Bianca. Ya veremos.
—¿Qué quieres decir?
—Has probado la sangre de una persona viva. En realidad acabas de darle la vuelta al reloj de arena: ahora habrá veces en que tu cuerpo reaccionará como el de un vampiro. —Debí de poner cara de espanto, porque me apretó la mano—. No te preocupes. No es que vayas a cambiar esta semana, seguramente ni siquiera este año, pero ahora sentirás con mayor urgencia la necesidad de hacer lo que hacemos nosotros, y esa urgencia será cada vez más acuciante. Además, Lucas te importa. Vosotros dos os sentiréis... muy atraídos a partir de ahora. Cuando el cuerpo cambia a la velocidad del corazón se da una combinación muy poderosa. —Mi madre apoyó la cabeza contra la pared y me pregunté si se estaría remontando a mediados del siglo XVII, cuando estaba viva y mi padre era un apuesto y misterioso forastero—. Intenta evitar los problemas.
—Seré fuerte —prometí.
—Sé que lo intentarás, cariño. No se te puede pedir más.
¿Qué quiso decir con aquello? No lo sabía y debía haber preguntado, pero no pude. El futuro se acercaba a pasos agigantados y estaba tan cansada que tenía la sensación de llevar despierta varios días. Cerré los ojos con fuerza, hundí la cara en la almohada y esperé la llegada del olvido que acompaña al sueño.


A la mañana siguiente, noté la diferencia incluso antes de abrir los ojos.
Mis sentidos se habían agudizado. Notaba la trama de la tela de las sábanas sobre mi piel, y no solo oía a mis padres hablando en la otra habitación, sino también otros sonidos procedentes de otras plantas por debajo de nuestros aposentos: el profesor Iwerebon gritándole a alguien que pretendía hacer novillos después de una noche de fiesta, pisadas sobre las tablas del suelo, un grifo goteando en alguna parte... Prestando algo más de atención, incluso habría podido contar las hojas que susurraban al compás del viento en el árbol de fuera. Cuando abrí los ojos, la luz del sol fue casi cegadora.
Al principio pensé que mis padres se habían equivocado, que me había convertido en un vampiro de la noche a la mañana y que eso significaba que Lucas estaba...
No. Mi corazón todavía latía. Si yo estaba viva, Lucas también debía de estarlo. Yo no podía morir y completar mi transformación en vampiro hasta que le hubiera quitado la vida a alguien.
Con todo, si así era... ¿qué estaba sucediéndome?
Mi padre me lo explicó durante el desayuno.
—Estás experimentando una pequeña muestra de lo que sentirás cuando hagas el cambio. Has bebido sangre de un ser humano y ahora ya sabes qué efecto tiene en ti. Luego es incluso más fuerte.
—Menudo rollo. ¿Cómo lo soportáis?
Tenía que entrecerrar los ojos para que la luz de la cocina no me deslumbrara. Incluso los copos de avena que me había dado mi madre tenían un sabor muy fuerte, era como si pudiera sentir la raíz, el tallo y la tierra de los que procedía la avena. En cambio, el vaso de sangre de las mañanas nunca me había sabido tan insípido. El sabor siempre me había agradado, pero en ese momento comprendí que solo era una mala imitación de lo que se suponía que debería estar bebiendo.
—No siempre es tan intenso como las primeras veces. Seguramente se te pasará en un par de horas. —Mi madre me dio unas palmaditas en el hombro. Tenía su vaso de sangre en la otra y parecía satisfecha con él—. Después... Bueno, al final acabas acostumbrándote. Y menos mal, claro, si no ninguno de nosotros podría dormir nunca.
Tenía la cabeza a punto de estallar con tanta estimulación. Nunca había llegado a beberme una cerveza entera, pero sospechaba que aquello era como tener una resaca.
—Preferiría no tener que acostumbrarme a esto, gracias.
—Bianca. —La voz de mi padre sonó tajante, impregnada de la rabia que no había demostrado la noche anterior. Incluso mi madre pareció sorprendida—. Que no vuelva a oírte hablar de ese modo.
—Papá... Solo quería decir que...
—Estás predestinada, Bianca. Naciste para ser vampiro. Nunca lo habías cuestionado hasta este momento y ahora no voy a permitirlo, ¿está claro?
Cogió su vaso y salió de la cocina a grandes zancadas.
—Muy claro —contesté con un hilo de voz al asiento vacío que mi padre había ocupado segundos antes.
Cuando bajé la escalera vestida con unos téjanos y mi sudadera con capucha de color amarillo claro, mis sentidos estaban volviendo a la normalidad. En cierto modo me sentí aliviada. La claridad y el bullicio habían estado a punto de hacerme perder los nervios; al menos ya no tenía que oír a Courtney quejándose por su pelo. Sin embargo, también me sentí en cierto modo vacía. Lo que hasta entonces había sido para mí el mundo normal ahora parecía un lugar extrañamente silencioso y lejano.
Lo único que importaba en realidad era que me sentía mejor y que podía ir a visitar a Lucas. Después de lo que había pasado, sabía que era imposible que se hubiera levantado y anduviese por allí, pero al menos podía ir a verlo a la casa de la señora Bethany. No podía ni imaginarme el horror que debía de sentir al despertarse allí; además, a saber qué historia le habría contado la señora Bethany.
En esas estaba cuando sentí que mi cuerpo se tensaba, como si se anticipara a recibir un golpe. Mí madre me había prometido que Lucas no se acordaría de nada, pero ¿cómo iba a ser eso posible? En su momento ni se me había pasado por la cabeza, pero en ese instante comprendí que el mordisco tenía que haberle dolido una barbaridad. Seguramente se quedaría conmocionado, se enfadaría y se espantaría. Sabía que lo mejor era esperar que lo hubiera olvidado todo, pero entonces ¿también debía olvidar nuestros besos? Tanto daba, había llegado el momento de enfrentarme a lo que había hecho.
Crucé los jardines sin prestar atención a los alumnos que estaban jugando a rugby en uno de los extremos más alejados del césped, aunque vi que algunos se volvían para mirarme y oí vagamente unas risitas maliciosas. Estaba claro que Courtney se había ido de la lengua, y a esas horas lo más probable era que todos los vampiros de la escuela supieran lo que había hecho. Abochornada y enojada, apreté el paso hacia la cochera... y me detuve en seco al ver a Lucas dirigiéndose hacia mí. Levantó una mano al reconocerme, casi con timidez.
Me entraron ganas de salir corriendo, pero Lucas no se lo hubiera merecido, así que tendría que apechugar con mí vergüenza.
—¡Lucas! ¿Estás bien? —le pregunté, obligándome a dirigirme hacia él.
—Sí. —Las hojas crujieron bajo sus pies al llegar el uno junto al otro—. Jesús, ¿qué ha pasado?
Sentí la boca seca.
—¿No te lo han dicho?
—Sí, me lo han contado, pero... ¿Me cayó un travesaño en la cabeza? ¿De verdad? —Estaba sonrojado, como abochornado, y casi parecía enfadado... con el cenador, la gravedad o con lo que fuera. Había visto a Lucas perder su aplomo otras veces, pero nunca lo había visto así—. Me he hecho un tajo en el cuello con la estúpida barandilla de hierro forjado, eso es lo más patético de todo. Es que me cabrea que algo tuviera que ponerse en medio mientras estaba besándote por primera vez.
Alguien un poco más atrevido le habría vuelto a besar allí mismo; sin embargo, yo me lo quedé mirando boquiabierta. Parecía que estaba bien. Lucas seguía estando pálido y un grueso vendaje blanco le tapaba parte del cuello, pero por lo demás podría haberse tratado de un día cualquiera. Vi que varias personas nos observaban con curiosidad a lo lejos, pero intenté olvidar el hecho de que tuviéramos público.
—Creí... Es decir, supongo... —Antes de seguir balbuciendo incoherencias, fui al grano—: Al principio creí que te habías desmayado. A veces tengo ese efecto en los chicos. Es demasiado intenso y no pueden soportarlo.
Lucas se echó a reír. No había sido una carcajada, pero se había reído. Era cierto que todo iba bien: él no sabía nada de nada. Aliviada, lo rodeé con mis brazos y lo estreché con fuerza. Lucas me devolvió el abrazo y por unos segundos nos quedamos así, entrelazados, y me permití fingir que nada había salido mal.
Su cabello brillaba como el oro a la luz del sol e inspiré su fragancia, esa que tanto me recordaba la del bosque que nos rodeaba. Saber que era mío me hacía sentir muy bien, y poder abrazarlo así, al aire libre, porque ahora él era mío y yo era suya y, a cada momento que nos tocábamos, el recuerdo de cuando lo besaba cobraba fuerza, de cuando sentía sus manos en mi espalda, de la mullida piel salada entre mis dientes y de la sangre caliente manando en mi boca.
Mío.
Ahora sabía qué había querido decir mi madre. Morder a un humano no era tan sencillo como beber un sorbo de un vaso. Al beber la sangre de Lucas, él había pasado a ser parte de mí... y yo parte de él. Estábamos unidos de una forma que yo no podía controlar y que Lucas no comprendería jamás. ¿Hacía eso que fuera menos real el modo en que me abrazaba? Cerré los ojos con fuerza y recé para que no fuera así. Era demasiado tarde para arrepentirse.
—¿Bianca? —murmuró entre mi pelo.
—¿Sí?
—Anoche... ¿Me di con la barandilla así como así? La señora Bethany me dijo que se desprendió, pero me parece que... Bueno, no recuerdo nada, pero ¿y tú? ¿Tú recuerdas algo?
Sus antiguas sospechas acerca de Medianoche debían de estar asaltándolo de nuevo. Lo más lógico habría sido contestar que sí, pero no pude hacerlo, sería una mentira más.
—Más o menos. Es decir, todo fue muy confuso y... Supongo que me entró el pánico. Si quieres saber la verdad, lo recuerdo todo muy borroso.
Fue la peor de las mentiras imaginables, pero para mi sorpresa, Lucas pareció creérsela. Se relajó entre mis brazos y asintió, como si entonces ya lo comprendiera todo.
—No volveré a defraudarte. Te lo prometo.
—Tú nunca me has defraudado, Lucas, es imposible. —La culpa me corroía, y me aferré a él con más fuerza—. Yo tampoco te defraudaré.
Te mantendré a salvo de cualquier peligro, me prometí. Incluso de mí